Jon ORMAZABAL
UNA HISTORIA DE LA PELOTA

Un ejercicio antropológico con la pelota como herramienta

Casi por casualidad, las referencias a una gran apuesta de pelota en Flandes en 1530, con 2.000 ducados en juego, abrió la espita para que José Antonio Azpiazu se sumergiera en los archivos y diera con documentos inéditos, la mayoría de juicios y pleitos que, con la pelota como hilo conductor le sirven para este ameno ejercicio antropológico.

Con el adjetivo «vasca» como apellido, la pelota ha sido, desde siempre, un elemento muy arraigado a nuestra cultura. Sin embargo, fue un episodio sucedido a miles de kilómetros, en la Flandes de 1530, el que prendió la mecha para que José Antonio Azpiazu (Legazpi, 1944) se embarcara en una aventura que ha terminado en «Una historia de la pelota. Del siglo XVI a la revolución de Chiquito de Eibar», un ejercicio antropológico que, con la pelota como hilo conductor, el historiador ha plasmado en un trabajo editado por Txertoa.

«Un tal Diego de Tobalina de- bía a Pedro de Mimenza nada menos que 2.000 ducados, una fortuna para la época. Tobalina, quizá con ánimo de recuperar parte del dinero, apostó, y perdió 1.000 ducados en un solo partido, que disputó con el bergarés Domingo de Irazabal, allí en Flandes».

Tirando del hilo, pleitos y juicios, la mayoría con las apuestas y el juego de por medio, han proporcionado a Azpiazu abundante documentación para un libro que, según el editor, Martín Anso, «trata un tema atractivo, con mucho material inédito que le ha permitido un trabajo de investigación riguroso, pero no solo para especialistas, sino que es muy ameno para el público en general».

Esa documentación ha llevado a Azpiazu a acotar su trabajo a la edad moderna, pero un documento fechado en 1511 invita a sospechar que en Markina, localidad que con el tiempo fuera conocida en todo el mundo como cuna de puntistas, se jugaba a pelota en la Edad Media. La limitación de las apuestas por parte del corregidor en una fecha tan temprana hace que no resulte aventurado afirmar que jugar a pelota, y apostar, fue algo habitual en la Edad Media.

Pasatiempo de nobles

Las referencias más antiguas con el juego de la pelota, de juegos directos, procedentes de algunas de varios lugares de Europa, se han mostrado atentas a las clases altas, lo que lleva a pensar que la práctica de este pasatiempo era casi privativo de la burguesía y la aristocracia en la Edad Moderna.

Sin embargo, en un pleito de Toledo en 1571, la defensa alega que ha visto jugar a «a muchos caballeros, e a otras personas» personas que, si no eran caballeros, cabe pensar que formaban parte del pueblo llano. Además de abrir ese abanico de sospechas, este juicio sirve también para describir otra de las grandes características de este trabajo, en el que abundan anécdotas y personajes peculiares, lo que, al mismo tiempo, permite mostrar «un reflejo de la sociedad, en la que la pelota tuvo una gran importancia».

Aristócrata contra monjas

El caso trata de las monjas de Santo Domingo el Real de Toledo, que solicitaron se prohibiera jugar a pelota en la calle del convento, según la priora porque «se practica el juego de la pelota en las paredes de dicho monasterio que salen al dormitorio y coro, de manera que ni pueden dormir las monjas –140 en aquel entonces–, ni las enfermas tienen reposo». El alcalde y el corregidor terminaron prohibiendo la práctica de la pelota en dicho muro y se ordenó que «los peloteros no den pelotas para ella, so pena de 10.000 maravedis», algo que no fue muy del agrado de algunos nobles.

Pero el clero no siempre ha estado reñido con la práctica de la pelota. De hecho, el apartado de «curas pelotaris» ocupa un capítulo entero del trabajo, con casos tan significativos como el de Pedro de Irigoyen, párroco de Artaxoa en 1635, quien causó «gran escándalo» por jugar en plaza y calle pública, y en una ocasión en la que jugaba a pala, se desembarazó de la sotana para moverse mejor. Fue amonestado y se le requirió que dejara de jugar, algo a lo que se negó, y terminó excomulgado.

Sin embargo, son las apuestas las que más ejemplos de la importancia que la pelota tuvo en la sociedad nos ofrece. Sonado fue el caso de un partido que se jugó en Oiartzun en 1775, cuatro años después de que Carlos III publicara la Real Pragmática, destinada a controlar el abuso del juego. Tras confirmar el corregidor que en partidos anteriores se habían quebrantado «en grande exceso de las cantidades jugadas –el límite estaba en 30 ducados–, apuestas y traviesas, como en juegos de suerte tenidos por posadas y casas particulares», se jugó un partido de gran ambiente, en el que «fusileros y alabarderos encargados por el alcalde a que no solo tuvierasen limpia la plaza, sino también sobre si había o no apuestas y traviesas, para tomar la providencia conveniente».

Canchas «con mejor sitio para el frontón que para la iglesia», el caso de Hernani, donde el Ayuntamiento llegó a prohibir que se trillara en el frontón, porque se estropeaba el enlosado, o el grave conflicto en Lantziego en 1813, a raíz de un vecino que se negaba a devolver las pelotas que se colaban en su casa, son solo algunos ejemplos de los que recogen en un libro que se cierra con la revolución personificada en Chiquito de Eibar.