Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Abominable»

En busca de la tierra prometida

A años luz de lo que nos propone Pixar, DreamWorks pretende atrincherarse en los puestos punteros de la animación mediante un estilo que bebe en buena medida del propio discurso que siempre ha abanderado uno de los principales responsables de la compañía, Steven Spielberg. “Abominable” figura como una de los ejemplos más claros de esa línea en la que confluyen un diseño visual muy atractivo, el puro entretenimiento y un argumento en el que la sensibilidad a ratos se transforma en sensiblería. Si por un lado resulta encomiable por parte de DreamWorks elaborar una película que permite a los más pequeños adentrarse en el siempre fascinante imaginario de las criaturas imposibles. Pero, por otro lado, decepciona en su empeño por apostar por los clichés a la hora de plasmar en imágenes una historia repleta de buenas intenciones y obsesionada en todo momento por mostrarse políticamente correcta. En relación a esto último hay que recordar que en la trama confluyen China y la criatura por excelencia del bestiario tibetano, el Yeti que, para más inri, ha sido rebautizada para la ocasión como Everest. Dejando a un lado cualquier tipo de lectura relativa a la opresión ejercida por el gigante asiático, lo que predomina en “Abominable” es una aventura iniciática compartida por una niña y un monstruo que logró escapar de un laboratorio y que, con la complicidad de dos niños más, protagonizan una accidentada odisea cuyo destino final es la cima del mundo.

A lo largo de esta ruta o huida hacia adelante se suceden secuencias trepidantes y en ocasiones divertidas, escenificadas en un paisaje hermoso pero teñido de tonos excesivamente pastel. Luminosa y vital en su acercamiento al Himalaya, la película transcurre sin riesgos y salpicada por algunas secuencias que chirrían en exceso debido al subrayado que aporta un tema de Coldplay.