Maite UBIRIA BEAUMONT
BAIONA
Elkarrizketa
M. GUILLOU, M. LAFOURCADE, C. ITHURRALDE Y L. BEAUFILS
«CHALECOS AMARILLOS» DE IPAR EUSKAL HERRIA

«Hemos pagado un alto precio pero cuando se despierta la conciencia ciudadana no hay vuelta atrás»

Entrevista coral sobre las vivencias personales y colectivas de cuatro «chalecos» vascos, en un fin de semana de aniversario que es también la antesala de una movilización, la convocada para el 5 de diciembre, contra la reforma de las pensiones.

Hasta hace un año eran cuatro perfectos desconocidos. Hoy entre ellos circula una química que no es fruto de un laboratorio, sino que se ha producido tras largas y acaloradas asambleas, en ocupaciones de rotondas, en bloqueos de peajes.

La hendaiarra Margot Guillou tiene 58 años de edad, fue un cuadro intermedio de la SNCF y hoy trabaja como cajera en un gran almacén en espera de una declaración de incapacidad. Por su parte, Michel Fourcade vive en Biarritz, tiene 56 años e hizo su carrera profesional en una gran empresa, France Telecom.

A Corinne Ithurralde, de 56 años de edad, el estallido amarillo le pilló en la localidad landesa de Saint-Martin-de-Seignanx, limítrofe con Baiona, donde cuidaba de su padre enfermo. Hoy trabaja en una estructura de cuidado de niños.

La cuarta invitada al encuentro, que tiene lugar en el local de una peña baionarra, es Laurence Beaufils. Biarrote de 49 años, vinculada al sector médico-sanitario, cierra su presentación con esta frase: «soy un chaleco amarillo y, en general, una ciudadana descontenta con el sistema».

Me gustaría que me contaran cómo y dónde dieron el paso de integrar el movimiento de los «Chalecos Amarillos».

Margot Guillou: Llevo luchando muchos años contra este sistema mafioso. Para mí salir a la calle fue una decisión evidente. Me integré en el movimiento en Hendaia. Al principio salimos a la calle cinco o seis personas, pero es una localidad con una tradición obrera, con una historia de lucha. Ese carácter afloró de inmediato y empezamos a bloquear el peaje de la autopista.

Michel Lafourcade: Personalmente sentía que un día u otro el sistema perdería pie. Y llegado el momento, salí con la idea de llegar al aeropuerto de Biarritz, pero no hizo falta. A cien metros de casa me encontré con gente y nos plantamos en la rotonda más cercana.

Corinne Ithurralde: En ese tiempo me ocupaba de mi padre, que estaba enfermo, y no tenía tiempo para mirar la televisión, a lo sumo un poco de internet al final de la jornada. Y fue en la red donde supe que algo se movía, que gentes que sufrían, porque no lograban llevar la vida que merecían, se habían echado a la calle. En vista de que en Saint-Martin de Seignanx no pasaba nada, atravesé el «puente rojo» (su nombre oficial es puente Grenet, n.d.r.) y me sumé al movimiento en Baiona. Un mes después, tuvo lugar en Biarritz la movilización en que la Policía hirió de gravedad a la joven Lola Villabriga. Ese hecho me escandalizó, me marcó profundamente, y me convenció para seguir.

Laurence Beaufils: Yo también esperaba un movimiento desde hacía tiempo. La bajada de cinco euros en la ayuda al alojamiento de los estudiantes (APL) fue la gota que colmó el vaso. Me enfadé mucho con ese recorte absurdo. Ese 17 de noviembre, al salir de trabajar, supe que se había producido esa irrupción abrupta en la calle, pensé que era una lucha justa y legítima, por lo que me sumé, como hizo Corinne, a la dinámica de Baiona.

No sé si les resulta fácil explicar lo que vivieron en esos primeros momentos.

L.B.: Fue una subida de adrenalina. Era como si hubiera estado en un letargo y despertara. Llevaba una vida agradable, pero era consciente de que a mi lado había gente que lo pasaba mal. Sentí que algo se ponía en marcha y que no iba ser cosa de un día. En una de esas primeras movilizaciones, a las que acudía sola, me encontré al lado de un chico de la CGT, yo con mi chaleco amarillo, él con su bandera del sindicato. Hablamos largo y tendido, y al final, me agradeció el haber compartido ese momento de intercambio. Sentí que se habría un camino que debíamos hacer todos juntos.

M.G.: Retengo en la memoria un fuerte sentimiento de fraternidad, de solidaridad. Las primeras asambleas eran caóticas, todo el mundo quería hablar. Tengo grabada esa imagen de personas que deciden que no quieren soportar por más tiempo que unos tengan tanto cuando a su lado a otros les falta lo más básico.

M. L: Me quedo con la imagen captada por drones de miles de «chalecos amarillos» en marcha, en las calles, una fotografía de ciudadanos que no soportan más tanta injusticia.

C.I. : Esa es la imagen insoportable: mientras hay gente que acumula riqueza otros no pueden vivir dignamente.

La capital francesa acaparó pronto todas las miradas. ¿Las visiones de lo ocurrido distan mucho si se mira a París o a territorios como Euskal Herria?

M.L.: ¿Dos visiones diferentes? Sí y no, porque hay tantas ideas y visiones como «chalecos amarillos». Está claro que Francia es un estado excesivamente centralista, pero, en todo caso, de haber existido intención de minimizar lo que pasaba en otros muchos lugares, creo que, por ejemplo, en Hendaia, el bloqueo de la frontera consiguió una fuerte repercusión. Esa acción tuvo el valor añadido de cuestionar el modelo de Europa.

M.G.: Hendaia fue un punto estratégico. Decidimos bloquear la dirección España-Francia porque sabíamos que el Gobierno español iba a protestar ante el francés. No tengo dudas de que ese efecto se logró. De hecho, enseguida nos mandaron a los «robocop», que nos golpearon y nos gasearon. Está claro que esa represión sirvió para hacer desistir a una parte de la gente, mucha de avanzada edad, y legítimamente atemorizada por esa violencia desmesurada.

L.B.: Tengo la impresión de que la gente termina acostumbrándose a cualquier cosa: desde los comportamientos de las élites a la represión y la censura que se imponen para que nada cambie. Sabe que eso pasa, pero nada más, no hace nada, se queda como observadora.

La violencia hizo una aparición temprana y no solo en París. El 18 de diciembre de 2018, la joven Lola Villabriga fue herida por la Policía en Biarritz.

M.L: Había efectivamente una reunión de embajadores cara a la cumbre del G7. Quisieron escondernos, como se hace con el polvo debajo de la alfombra, pensando que lo que no se ve no existe. ¡Pero si las principales embajadas se encuentran en Campos Elíseos! Estuvimos y nos vieron. ¿Os acordáis? Un surfista con el chaleco amarillo se echó al mar y le vieron desde Bellevue todos los embajadores.

C.I.: El G7, incluso en su fase de preparación, acarreó una fuerte bunkerización en Biarritz. Querían ocultar ese malestar que sentía la gente, para que no se viera en las calles.

L.B.: Yo me sentía como si estuviera en una película, ¡con todo aquel despliegue de policías y militares! Se respiraba la amenaza de violencia. Y, al final de la tarde, hirieron a Lola con una pelota de goma (flash-ball). Eso marcó un giro en la situación, hacia más represión y también hacia más censura. Actualmente estamos acostumbrados a esa combinación represión-censura.

¿La violencia silenció las demandas del movimiento?

M.L.: Toda la violencia no es imputable a los «chalecos amarillos». Tampoco asistimos a una situación sin precedentes. De hecho Mayo del 68 fue mucho más violento. Lo que sí fue inédito es que esa violencia se mostrara al mundo en los Campos Elíseos, la avenida que simboliza el lujo. Eso es lo que marcó la diferencia.

M.G.: La violencia fue propiciada por el gobierno. En Hendaia no vimos a los black-bloc por ningún lado, e incluso durante aquellas primeras movilizaciones nos dábamos la mano con los gendarmes antes de terminar el bloqueo. A partir de enero, todo cambió. Los policías venían y cargaban sin más. Ahora nos ponen 150 euros de multa por llevar un simple pin. Eso por no hablar de lo que te puede llegar a pasar si te pones el chaleco. Están obsesionados con hacer desaparecer del paisaje el chaleco amarillo.

Se anunciaron investigaciones a cargo de la IGPN, pero la mayoría de las denuncias por violencias no han llegado al juez.

M.G.: Es claro que se ha privado a las víctimas del derecho a la justicia. Lo que han dicho en el caso de Antoine Boudinet (joven baionarra mutilado de su mano derecha en una marcha en Burdeos) de que no se condena porque no se puede identificar al policía que lanzó la granada es simplemente un escándalo. Por otra parte, hay que recordar que a raíz de todos esos hechos terribles ahora los policías no están obligados a mostrar su identificación. No tienen porqué presentarse a los ciudadanos. ¿Son todavía policías o van camino de convertirse en mercenarios?

M.L.: La investigación sobre la violencia policial queda en manos de la propia Policía. Eso no se ve en ningún país del mundo. Varios de nosotros fuimos detenidos durante la cumbre del G7. Es mi caso, ocurrió en Biarritz. En el juicio debí, debimos escuchar, de boca de juez, del procurador, que éramos responsables de la situación de los policías. Osea que las condiciones laborales que tienen no tienen nada que ver con la alta tasa de suicidios en esos cuerpos. Es inaceptable. A raíz de mi detención recibí un documento que confirma que sufrí un trato inadecuado de parte la Policía. No espero gran cosa de la investigación que se me anunciaba en ese papel, pero seguro que su contenido interesará a la Corte Europea de Derechos Humanos.

L.B.: Ese paso por comisaría fue también una gran mascarada. El juicio posterior así lo evidenció. Pero hay que ser conscientes de que eso les daba lo mismo, porque su prioridad era impedir que la gente se movilizara.

Tras las medidas anunciadas por Emmanuel Macron las calles se han ido vaciando.

M.L.: Las medidas anunciadas por el presidente Emmanuel Macron tienen un costo global de 12 millardos. Puede parecer algo, pero es una cantidad que se reparte, a priori, entre la mayoría de la población. Mientras, ahí están los 40 millardos para el CICE ( menos cotizaciones sociales para las empresas), los 3,3 para el ISF ( impuesto de grandes fortunas), los 1,5 millardos de la Flat-taxe ( impuesto de rentas de capital ).. esas medidas implican mucho más desembolso, cuando en realidad benefician al 1% de la población.

M.G: Las medidas que han puesto en marcha las tenían desde hace tiempo en el cajón y además no cambian en el fondo la situación de la gente, porque no hay un aumento real de los salarios. Por si fuera poco, se han servido de la caja de la Seguridad Social, hasta entonces no deficitaria, para financiarlas.

L.B.: Esas medidas son como las migas de pan que se dan de comer a los pájaros. Al principio es posible que los ciudadanos quisieran ese tipo de medidas, pero gracias al movimiento los ciudadanos han despertado. Creo que hoy muchas personas tienen una visión más global y completa, y entienden que, aunque estaría bien que subieran los sueldos, porque ello nos permitiría llevar una vida más cómoda, en el fondo eso no cambiaría el sistema. Creo que la mayoría de la gente es capaz de percibir lo que pasa, trascendiendo de su situación concreta.

¿Esa sería una de las lecciones, no se si un éxito, del movimiento al que se vinculan?

L.B.: Es innegable que ha habido un despertar de las conciencias. Hasta entonces el estado se presentaba como una especie de benefactor, de estado providencia, que ayudaba a la gente pero al tiempo de aseguraba que mantener a las personas en una suerte de dependencia o tutela. Me viene a la cabeza una amiga nuestra, Christinne. Está separada y tiene dos hijos a su cargo. Trabaja, pero percibe ayudas, lo que es de justicia. El problema es que el inspector de la Caf ( organismo que distribuye las ayudas sociales ) desembarca en su casa para controlar sus cuentas, para saber cómo gestiona su presupuesto. Esa actuación me parece de una violencia insoportable. Seamos claros: si, para empezar, esa persona tuviera un salario digno no debería soportar ese trato vergonzoso.

M.L: Y, dejemos claro que los «chalecos amarillos», en general, no tenemos el frigo vacío, no somos los más pobres.

M.G: La nueva reforma sobre la prestación de desempleo no combate el desempleo sino a los desempleados. Es algo muy grave, y volvamos a decirlo: eso es violencia. Que nadie tome a la gente por tonta, los «chalecos amarillos» no somos violentos, hay una violencia sistémica, que ultraja a la gente cada día.

L.B: Además, les interesa que haya desempleo, porque eso permite jugar con el miedo de la gente, y, por descontado, mantener bajos los salarios.

El gobierno insiste en enterrar a los «chalecos», que llaman a huelga del 5D contra la reforma de las pensiones.

M.G: Antes del 5 de diciembre, está este fin de semana del 16-17 de noviembre.

¿Se puede avanzar algo de este fin de semana de aniversario ?

M.L: Es poco efectivo hacer anuncios cuando tenemos problemas incluso para enfundarnos el chaleco amarillo, porque nos multan, o nos golpean, cuando no nos detienen.

L.B.: Más allá de las fechas, yo diría que el movimiento ha evolucionado, se va adaptando y diría que se plantea una fase de resistencia, en la que el trabajo de extender la red es clave.

Parece que, con sus más y sus menos, la convergencia de luchas va tomando cuerpo. Hay algunas experiencias locales.

L.B: La dinámica actual pasa por encontrarse con gentes de orígenes y horizontes diferentes. En mi caso, me he sumado al movimiento en defensa de los derechos sociales adquiridos en el periodo 1936-1945, que se reúne en Angelu. Hemos hecho un llamamiento conjunto a esa movilización del 5 de diciembre.

M.L: Yo creo que nosotros estamos aquí para romper el sistema, y que los sindicatos, en general, tratar de cambiar ese sistema. Eso marca una gran diferencia. Yo personalmente, me siento cómodo con los militantes de base de los sindicatos, menos con sus dirigentes.

M.G.: En Hendaia construimos esa convergencia en el seno del comité de defensa de los servicios públicos, con sindicatos, partidos, comerciantes... y eso es un paso esperanzador. Creo que hay que recuperar las asambleas generales, hacer que sean auténticamente soberanas, porque, de lo contrario, lo que pasa es que los que están más alto pueden bloquear siempre las acciones. Es mi opinión.

C.I.: Antes, al terminar la manifestación del Primero de Mayo, en Baiona, cada sindicato se iba por su lado. Esa imagen me molestaba. Ha comenzado a cambiar algo, y sería bueno seguir por ese camino compartido.

Para finalizar, les pido que se proyecten de aquí a un tiempo, cuando alguien que no vivió ese estallido les pida que le cuenten lo qué pasó.

M.G: Me proyecto en las mujeres que bajaron a las calles para pedir pan, en 1789, aunque a la postre hasta 1792 no se alumbró un cambio de régimen en Francia, y aunque, lamentablemente, ese cambio adoptó una expresión burguesa, capitalista.. Creo que pasará algo así. Costará un tiempo, pero habrá una implosión del actual sistema. Yo contaré una historia de solidaridad y diré que aunque nos hicieron daño supimos prender una llama, que sigue encendida.

C.I: Me parece importante no olvidar las violencias policiales que han sufrido también los militantes ecologistas, cuando su lucha es pacífica y reclama el derecho de todos a vivir en un entorno más sano. Por no hablar de las intervenciones policiales contra colectivos como los bomberos, en lucha por su valerosa profesión. En definitiva, mi relato será un homenaje a todos aquellos a los que han detenido, golpeado, mutilado.

L.B: Yo diré que la gente se levantó y se puso en marcha. Al principio todo era excitación, adrenalina, urgencia. Hoy sabemos que puede que el camino sea más largo, aunque nunca se sabe, a la vista de la ebullición en la situación internacional.

M.L: No somos unos ilusos, sabemos que el sistema caerá porque es como un árbol podrido, pero vamos a continuar sacudiéndolo para que caiga antes.

L.B.: Se ha producido una reapropiación por parte de la ciudadanía. Hoy todos sabemos que no va a volver la situación previa a ese 17 de noviembre de 2018. Una vez que el pueblo despierta, que toma conciencia, y se pone en pie, no hay marcha atrás posible.