Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «One Piece: Estampida»

Con dos millones de cañones por banda

Cuando alguien se adentra en un universo tan personal como el que creado por Eiichiro Oda, tan solo espera disfrutar con los consabidos códigos de esta saga basada en uno de los más longevos mangas. Con más de veinte años de singladura a través de viñetas, serie, videojuegos y largometrajes, la muy singular odisea marina capitaneada por el elástico Luffie, el imaginario de Oda sigue reclutando nuevos tripulantes que se han sumado a la enloquecida insurgencia acuática siendo siempre respetuosos con una señas de identidad que, en esta nueva prolongación cinematográfica, continúa enarbolando. Es decir, el frenesí visual se mantiene presente y amplifica sus efectos mediante un salvaje encadenado de secuencias de acción y explosiones coloristas que corren el riesgo de engullir al respetable. A través de los movimientos de una cámara imposible, las secuencias se niegan a pisar el freno y perseveran en su intento de transformar la pantalla en un espectáculo de humor y tonos por el que desfila otra de sus particulares señas de identidad, una troupe de piratas tarados que otorgan al conjunto un sentido guiñolesco a la aventura. En esta oportunidad, el joven director Takashi Ōtsuka ha sido el encargado de asumir el timón de esta entrega cuya historia deja un tanto al lado ese sentido iniciático que tenía mayor presencia en anteriories odiseas y concentra todo su esfuerzo en reconvertir la pantalla en un centrifugado constante que tal vez pueda resultar un tanto mareante para quienes se acerquen por primera vez a este imaginario.

Mientras se sudecen las contínuas batallas, “One Piece: Estampida” también se toma su tiempo para dibujar en el espectador una sonrisa mediante el saludable recurso de reírse de sí misma.

Todo ello acontece en una primera parte más desenfadada que en su segundo tramo en el que el gobierno de la acción desenfrenada es pleno.