Carlos GIL
Analista cultural

La desesperada anunciación de un imposible

En el mundo neoliberal en el que funcionamos de manera rutinaria, la contaminación del estrés consumista, de la mercadotecnia encumbrada al nivel de significante y propiciadora de mensaje concluyentes, la artesanía estructural de las artes escénicas, que viven exentas del rigor contable más estricto, se adentra en territorio extenuante al cualificar con mayor el estreno de una obra de teatro, una rapsodia o una coreografía dentro del potaje híbrido de la comunicación publicitaria y se convierte en demasiadas ocasiones en una desesperada anunciación de un imposible. En el lenguaje funcionarial y de exclusión del raciocinio positivo existen estrenos mundiales, estatales, en Euskal Herria o en Elgeta. Se podría aumentar las subdivisiones hasta exprimir la relatividad, pero la realidad es que estreno, lo que se dice Estreno, no hay más que uno. Que sucede sin remisión el día y la hora en la que esa manufactura artística y cultural sale de su fase de ensayo y prueba y se enfrenta al público para completar su destino. Ese es el estreno sustantivo. El único incuestionable. Los simulacros industriales se han inventado situaciones para felixibiulizar el orden jerárquico y añadir valor relativo. Se considera dentro del ritual mercantilizado de la exhibición que un estreno llama a más público que la función número cincuenta. Y nadie lo ha comprobado de manera científica. Lo que sí es cierto, y por los mismos motivos de oportunidad, que recibe más atención de los medios de comunicación, asunto que merece ser estudiado armados de argumentos paliativos.