Antonio Alvarez-Solís
Periodista
GAURKOA

Carmen Calvo no existe

La España del Sr. Sánchez ha entrado en la delicuescencia. El suceso que me lleva a tal conclusión es simplemente prodigioso: la vicepresidenta del Gobierno en funciones no existe. Habla, negocia, recibe a los periodistas, pero no es más que una abstracción inmaterial que nos sitúa angustiosamente ante un misterio aterrador: para existir hay que aparecer en la Constitución. Y ella no ocupa lugar en tan exquisito papel. Repito, la ley de leyes española no declara abiertamente que la Sra. Calvo exista. Quizá esta inexistencia sea uno de los grandes problemas que invalidan la política española, convertida en la historia fantasmal de los castillos escoceses.

Mas aclaremos todo esto. Vayamos al momento sísmico del que hablo. En una rueda de prensa un periodista, seguramente titulado universitario, le pregunta a la Sra. Calvo, una sólida andaluza nacida en Cabra y por tanto socialista de raza, si en las negociaciones con los soberanistas catalanes figurará nada menos que el derecho a la autodeterminación. La ministra egabrense mira de frente al informador y su respuesta es rotunda, verdaderamente estremecedora, por colocarnos ante un horizonte vaporoso, repleto de imágenes inconcretas: «El derecho a la autodeterminación no existe –dice la vicepresidenta–; no está en la Constitución». Y pasa a otro tema ¡Ay, como se hubiera estremecido el hispalense arzobispo San Isidoro, uno de los creadores del europeísmo, ya en el siglo VI! ¡Qué tiempos aquellos, en que la razón era sevillana!

Ahora bien, el derecho de auto determinarse es uno de los esenciales en el jusnaturalismo o centón de realidades jurídicas primigenias que establece la razón para derivar de tal raíz nada menos que el mundo del derecho positivo. La razón apareció antes que la Constitución del 78 ¡Pero no importa! Por ejemplo: el asesinato no está registrado en la Constitución, pero existe vigorosamente como injuria decisiva a la vida y, por ello, ocupa todo un capítulo como homicidio cualificado en el Código Penal. Pregunta consecuente: ¿ha de estar el asesinato en la Constitución para existir como realidad punible? El lector argüirá que matar resulta algo detestable; por lo menos, inestético, pero según la filosofía vicepresidencial la realidad no es realidad si no está definida en las tablas constitucionales. Tal vez esa terquedad en exigir realidades tangibles en vez de aceptar lo ideal por parte del pueblo judio fue lo que determinó a Moisés a solicitar al Señor las pétreas tablas de la ley –¡la constitución, la constitución!– que acabaron con la verbena en torno al becerro de oro.

Creo, pues, que la pregunta del periodista a la Sra. Calvo fue una pregunta necia o, al menos, tendenciosa. Quizá quien la hizo fuera un compañero cercano a Vox, partido empeñado en encarcelar disidentes, disolver partidos y devolver España a los ideales que funcionaban bajo palio y eran incensados abundantemente. Pero lo que acabo de escribir es una pura elucubración.

La cuestión hay que reducirla a su mismidad, como se dice en lenguaje filosófico. La Sra. Calvo ¿existe o no existe si nos atenemos a lo manifestado por la rotunda política? Yo no me atrevería a plantear personalmente tal cuestión a la vicepresidenta del Gobierno español dado, además, la dureza o acritud de sus rasgos faciales –o visage, como dicen cultamente los franceses–, pero me decido a manifestar por escrito mis fundadas reservas ante esta doctrina ministerial. Para mí la Sra. Calvo existe. Tal vez inconstitucionalmente; pero está ahí.

Lo que parece evidente es que este quid pro quo filosófico –ruego a los servicios de La Moncloa la traducción de la frase– ha sido inducido por la sed de gobierno que sufre nuestro premier, que le lleva no solo a negar la existencia divina en el orden espiritual sino a decir que ha ganado las elecciones a pesar de que no cuenta con escaños suficientes para formar gobierno. Dos fantasías peligrosas. Dios necesse est; Sánchez non necesse. La frase es una variante de lo que dijo Pompeyo para resucitar el valor en sus legionarios ante la tempestad que ponía en serio peligro sus naves: «Navegar es necesario; vivir no lo es».

Si yo tuviera residencia política en la gobernación de Catalunya exigiría de mis contradictores españoles el certificado de estudios primarios, dado como es utilizado el lenguaje básico por Madrid. ¿No está justificada esta prevención cuando la vicepresidenta del Gobierno nacional se permite negar la existencia de las columnas de Hércules que sustentan nada menos que el principio del ser humano? ¿Puede la Sra. Calvo negar con una sola frase toda la sabiduría acumulada durante más de mil años en el baúl de la filosofía del derecho? ¡Ahí, en ese punto, es donde debiera penetrar con su alfanje el magistrado Sr. Llarena, el Myo Cid del extrarradio español! En nombre de Sócrates me atrevo a decir ¡váyase usted, Sra. Calvo! Séame perdonada la furia que hoy expelo, retenida en una cortés discreción desde que la reduje al silencio cuando, no hará dos meses, el Sr. Sánchez dijo a quienes le rodeaban que daba fin a su visita a Huesca para continuar hacia Aragón. Como escribe Esquilo en ‘‘Los persas’’: «Cuando uno mismo se afana en su perdición, los dioses colaboran con él». No se puede vivir en un país volcánico sin haber cursado los correspondientes estudios básicos de sismología política. Apoyándome en esos estudios elementales digo con toda determinación ¡Yo existo¡ ¡La voluntad de independencia existe¡ Quizá esto no esté tan claro en lo que se refiere al Gobierno de Madrid.