Daniel GALVALIZI
Periodista
CAMBIO EN LA PRESIDENCIA ARGENTINA

Fernández abre su etapa con un delicado equilibrio para su coalición

El nuevo presidente de Argentina intenta contentar a todos los sectores de la heterogénea alianza que lo llevó a la Casa Rosada. El vínculo con Cristina Fernández de Kirchner, ahora vicepresidenta, bajo observación permanente. El final de Macri: derrota en la gestión, éxito en la calle.

Como un equilibrista. Así ha transitado Alberto Fernández las seis semanas desde que ganó las elecciones presidenciales hasta hoy, cuando tomará juramento a sus ministros, con los que ha querido contentar a las diferentes fuerzas que amalgaman el Frente de Todos, la diversa coalición que lo llevó a relevar al líder de Cambiemos, Mauricio Macri.

Con Cristina Fernández de Kirchner como vicepresidenta y fuente de un caudal de votos que no hubiera tenido de concurrir en solitario, el nuevo jefe de Estado procuró satisfacer los requerimientos del peronismo –unificado en una sola candidatura por primera vez desde 1999–, no sin sobresaltos ni obstáculos en el camino.

El presidente electo ha presentado un Gabinete cuyas primeras son rostros nuevos y propios, que vienen trabajando en el llamado Grupo Callao –su equipo de campaña –. Pero a su vez, varios de los puestos neurálgicos de la Administración pública, en los que se gestionan más recursos, han ido a parar a manos del «cristinismo», es decir, a dirigentes que acompañaron a la expresidenta en sus últimos y menos exitosos años.

Contrapeso entre diferentes. No habrá sido fácil para Fernández conformar un Gabinete con sectores cuyo único punto en común era el deseo de ganar a Mauricio Macri. Enemistados con virulencia hasta 2017, las diferentes corrientes del peronismo (las tres principales las lideran Cristina Fernández de Kirchner, Sergio Massa y los gobernadores provinciales, incluyendo a la mayoría de sindicatos) entendieron que la unidad era la única forma de regresar a la Casa Rosada. Pero ahora deberán ensamblarse para gobernar.

Para articular ese variopinto equipo, Fernández ha elevado a 20 las carteras, además de la de jefe de Gabinete, que será ocupada por Santiago Cafiero, nieto de un histórico líder peronista de los 80, politólogo y exedil. Con 40 años y poca experiencia en la Administración, será el segundo jefe de ministros más joven de la historia, tras el saliente Marcos Peña. Su cargo, una especie de primer ministro con mucho poder en la gestión de recursos, es el más importante en el país tras el de presidente.

El área económica la dirigirá un tándem formado por las carteras de Economía y Hacienda, en manos del heterodoxo Martín Guzmán, y de Desarrollo Productivo, a cargo de Matías Kulfas. Guzmán es investigador de la Columbia University y trabajó con el premio Nobel y ex director general del FMI, Joseph Stiglitz, y Kulfas ha ocupado importantes cargos en banca pública y en el Banco Central de Argentina y buscará reactivar la alicaída actividad industrial.

Como canciller Fernández ha elegido a Felipe Solá, exgobernador bonaerense y duro opositor al kirchnerismo en su segunda etapa. Aliado de Macri en 2009, tendrá ahora una tarea compleja: mantener el equilibrio con el principal aliado del país, Brasil en una región convulsionada por el golpe de Estado en Bolivia, la desestabilización en Chile y el conflicto sin fin en Venezuela. Además, deberá poner en marcha, si se ratifica, el acuerdo comercial Mercosur-UE.

Hasta finales de noviembre, los referentes del «albertismo» dejaban trascender que la mayoría del Gabinete sería para políticos de ese sector y nuevos. Pero las cosas cambiaron al volver Cristina Fernández de Kirchner de su último viaje a Cuba –donde su hija recibe tratamiento médico–. «Cristina vetó varios de los nombres en boga y hubo un avance kirchnerista en sectores claves», admite a GARA un referente del «albertismo». Y ámbitos como la seguridad social, la sanidad para los pensionistas, la agencia recaudadora de impuestos y varios Viceministerios serán para el considerado «cristinismo» duro. También hay espacios relevantes, aunque menos impactantes, cedidos para en entorno de Massa.

Mención aparte merece la designación de Carlos Zannini como jefe de los abogados del Estado. Principal socio histórico de la expresidenta y estratega del kirchnerismo desde el inicio dirigirá ahora a los fiscales en varias de las causas de corrupción contra excompañeros de Gobierno y políticos macristas.

Seguida por los medios con obsesión, la relación entre Fernández y su vicepresidenta parece por el momento sin fisuras, pese a que desde el «albertismo» se admite que parte de sus votos fueron a ellos con la esperanza de que el nuevo jefe de Estado dejaría atrás los rasgos más hostiles del «cristinismo». Con todo, Cristina Fernández tiene válvulas de poder clave: será la presidenta del Senado y su hijo Máximo será el portavoz del grupo oficialista en el Congreso.

En la Cámara Alta, y con una exhibición más del pragmatismo peronista, la expresidenta pactó con el exmandatario (y padre del neoliberalismo que azotó Argentina en los 90) Carlos Menem y con el exgobernador conservador Alberto Rodríguez Saá para sumarlos al gru- po, que ahora tendrá una holgada mayoría absoluta (cinco escaños más de los necesarios ).

En el Congreso, Fernández deberá mantener un equilibrio con los gobernadores –los diputados suelen responder a sus liderazgos y no tanto al poder central–. Se avecina ya una tormenta: Fernández subirá los impuestos a los derechos de exportación de la soja, el trigo y el maíz para recaudar 1.800 millones de euros extra al año, algo por lo que algunos mandatarios provinciales le están reclamando, al restarle así dinero fresco que los productores agropecuarios gastan en sus regiones.

Macri, con final agridulce. El presidente saliente deja el poder con un glosario de decepciones y promesas no cumplidas. Los pocos avances alcanzados en política exterior o lucha contra la corrupción fueron soslayados por una caída brutal del poder de compra, una inflación galopante y la peor devaluación del peso desde 2002.

Su legado gris choca, sin embargo, con el éxito de su campaña de movilización. Macri se despidió el sábado rodeado de miles de personas frente a la Casa Rosada y lideró manifestaciones de centenares de miles en octubre. El 40% obtenido –insólito para muchos si se ven los resultados económicos– lo envalentonó para autoproclamarse jefe de la futura oposición, ignorando a varios correligionarios que aspiran a relevarlo.

Como si hiciera falta otra señal de fin de ciclo, la formación macrista en el Boca Juniors ha perdido las elecciones, por primera vez en 24 años, gracias a la alianza entre el exgoleador Juan Riquelme, el empresario periodístico Mario Pergolini y el candidato electo, Jorge Amor Ameal. Macri pierde así influencia en el equipo de fútbol más famoso de Latinoamérica y que le sirvió para catapultar su carrera como alcalde, allá por 2007.

El tiempo dirá si los casi 11 millones de votos de Macri le alcanzan para mantenerse como opción de relevo o si fue tan solo un canal que encontró el temor al kirchnerismo para expresarse. Por ahora, fuentes de su entorno más próximo aseguran a GARA que se abocará a montar una fundación propia sobre políticas públicas. La duda es si hará de tapón para que surjan nuevos liderazgos en su partido. Siempre dejó en claro él –y su entorno– venía a por una épica transformadora, una revolución liberal que fuera punto de inflexión. Su mandato le supo a poco en ese sentido. También al resto de los argentinos.