Víctor ESQUIROL
BERLÍN

Volver a creer: Carlo Chatrian intenta reactivar la Berlinale

Hong Sangsoo, Kelly Reichardt, Tsai Ming-Liang, Rithy Pahn, Jia Zang-ke, Cristi Puiu, Josephine Decker, Radu Jude... podría ser una lista de «los mejores autores del año» pero, en realidad, es el cartel de un único festival. Esta es la carta de presentación de la 70ª edición de la Berlinale. Impresionante inicio de la «era Chatrian» en tierras alemanas.

Recuerdo el momento en que un compañero de profesión (consumado trotamundos festivalero) decidió compartir conmigo un momento de extrema lucidez. El hombre, agotado por el paupérrimo nivel de las películas visionadas, me miró fijamente y, como si fuera a expirar a los pocos segundos, soltó: «Te juro que el año que viene, en vez de acreditarme como prensa normal, voy a pedir a la organización que me dé el pase de periodista de guerra». Estaba hablando de la deriva que había tomado la Berlinale a lo largo de una década (la que terminó hará solo unos meses) en la que cualquier resquicio de ilusión acabó convertido en la más terrible de las depresiones.

Con estos ánimos íbamos a Berlín estos últimos. Con el convencimiento de que toda película y/o autor que consiguiera invocar Dieter Kosslick, no sería más que otra invitación a sentirse miserable. Durante el mandato de este, el conocido como «cine social» se erigió en suerte de entidad omnipresente. A la capital germana se iba a recibir sermones sobre todas las problemáticas que nos recuerdan que el mundo es ese terrible lugar donde nos ha tocado malvivir.

Lo que pasa es que la etiqueta de las «películas necesarias» llegó hasta donde la paciencia aguantó. A un festival de primera línea, efectivamente, se le tenía que pedir más, pero herr Kosslick no estaba mucho por la labor y, claro, la moral estaba por los suelos. En el último lustro, la previa berlinesa estaba siempre marcada por la esperanza de que a lo mejor veríamos una o quizás dos películas que tal vez, y solo tal vez, justificarían el viaje. Pero ni eso. Y no fallaba, al quinto día de certamen, afloraban las preguntas más amargas: «¿Qué hago aquí?»; «¿a quién le importan las películas de las que hablo?» y, más adelante, «¿por qué me estoy haciendo esto?». Y al final, simplemente, «¿por qué?».

Hasta que la tendencia se hizo insostenible. Como pasa con los clubs de fútbol que no cumplen con los objetivos fijados a principio de temporada, rodó la cabeza del entrenador. Los periodistas lo pedían a gritos, incluso los artistas alemanes, congregados hará dos años en un sonado comunicado en el que se pedía, tanto por activa como por pasiva, el cese inmediato de Dieter Kosslick. Dicho y hecho. Se fue el que para muchos era el principal responsable de la terrible decadencia artística en la que estaban sumidos los principales escaparates de la Berlinale.

Golpe de timón

Daba la sensación de que la nave estaba a punto de estrellarse, de modo que era necesario un golpe de timón contundente. Dicho y hecho. De repente, las responsabilidades que aglutinaba Kosslick se repartieron; entraron dos nuevos jugadores en el terreno de juego. A partir de ahora, Mariette Rissenbeek estará pendiente de la rama financiera y Carlo Chatrian de la artística, ahí por donde se desangraba la Berlinale. Y ahí está el cambio: de repente, la competición por el Oso de Oro vuelve a ser apetitosa. Tanto, que echar un rápido vistazo al programa de 2020 es ahora un atajo al más gratificante de los empaches cinéfilos.

No cabía esperar menos. Al fin y al cabo, Chatrian viene de dirigir el Festival de Locarno, uno de los mayores santuarios, a nivel mundial, del cine de autor. De momento, parece que con él ha venido todo ese talento que, a priori, está destinado a marcar tendencia en el séptimo arte. La jugada ha surtido efecto: ahora el apuro no consiste en rascar la parrilla para ver si así sale algún título mínimamente rescatable. Ahora la gracia está en tirar de física cuántica para ver si el espacio y el tiempo se pueden plegar a nuestra voluntad... para ver si así podemos llegar a descubrir todas las películas apetecibles que ahora mismo presenta un cartel que ya hubieran querido cerrar monstruos del calibre de Cannes o Venecia.

Así, desde Asia llegarán maestros tan contundentes como el coreano Hong Sangsoo, el chino Jia Zhang-ke, el camboyano Rithy Pahn o el taiwanés Tsai Ming-Liang. De los Estados Unidos, las incomparables voces femeninas de Kelly Reichardt y Josephine Decker... y cogiendo la conexión aérea, en Italia probaremos suerte con la adaptación de “Pinocho” que ha preparado el siempre inventivo Matteo Garrone. Ya en Europa, la nueva y potentísima nueva ola de cine rumano desembarcará de la mano de Criti Puiu y Radu Jude. Este año la competencia promete ser durísima: va a salir muy caro conquistar el Oso de Oro.

Pero es que incluso las secciones «satélite» se han contagiado: ningún rincón ha quedado huérfano de títulos que, al menos sobre el papel, desprenden grandeza. A la 70ª (edición), ya se ve, fue la vencida: mire donde mire, solo veo propuestas sin las que creo que no voy a poder vivir. Bendita saturación; bendita premonición: la Berlinale vuelve a ser un destino apetecible.