Joseba VIVANCO
Fútbol internacional

Sigan sigan, paren paren

Mientras en EEUU arranca la 25ª liga de fútbol, en Alemania se paran partidos por insultos y en Italia, Japón o Suiza por un coronavirus.

«Ahí falta un 1», sugirió alguien en la redacción del periódico al que llegó la noticia del Inglaterra 0-EEUU 1 del Mundial del 50 al otro lado del charco, en Brasil. No, el resultado no fue 10-1 como pensaban los ingleses, sino el que reflejaba el teletipo, para asombro tambien de los propios estadounidenses. La tozuda realidad es que aquel marcador histórico no cambió nada para el balompié en el país de las Barras y Estrellas hasta aquella poco fructífera North American Soccer League en la que desembarcaron Pelé, Beckenbauer o Johan Cruyff, entre otros. Fue otra star, David Beckham, quien con su llegada al fútbol yanki cambió el curso de la historia y hoy, este inglés a cuyos compatriotas derrotó una selección de principantes setenta años atrás, se estrena como dueño en una Major League Soccer que alcanza pletórica su 25ª edición.

En 1996, la MLS se lanzó a la aventura con 10 clubes, sin estadios de fútbol ni sedes de entrenamiento; en 2020, esta MLS cuenta con 26 clubes y para 2022 tendrá 30, convirtiéndola en la liga de fútbol más grande del mundo, con 21 estadios y en tres años, 28, todos ellos de clase mundial. Un curso en el que no solo arranca con una mejora salarial de los futbolistas, sino que se estrena con esas dos franquicias nuevas en ciudades como Miami, cuna de muchísimos latinos que aseguran ambientazo con David Beckham como líder a los mandos inversores del club, y en la ciudad más musical de todo EEUU, Nashville, que pone la tonalidad futbolera con su nuevo equipo en la élite. Ambos debutaron con buena imagen, pero con derrota, aunque para botón, esos 59.000 espectadores que se asomaron al campo del Nashville SC.

Donde los aficionados se toman muy en serio no solo el fútbol sino la propiedad de los propios clubes es en Alemania. Y la mejor prueba fue lo sucedido esta fecha en el Hoffenheim-Bayern, donde la titularidad en los bávaros de un jovencísimo delantero ‘tulipán’ de 18 años y de nombre Joshua Zirkzee pasó al final desapercibida. El líder goleaba sin paliativos 0-6 cuando el juego fue detenido debido a ofensivas pancartas contra Dietmar Hopp, propietario del club anfitrión, desde la bancada del Bayern. Le tildaban nada menos que de «hijo de puta» –hurensohn, en alemán–, partido interrumpido diez minutos, pancartas que no se retiran, y trece minutos de ahí al final con los jugadores de ambos equipos en plan pachanga sobre el césped.

Un multimillonario

Un hecho insólito resultado de una idea generalizada en el balompié germano: los clubes más odiados son el Hoffenheim y el RB Leipzig por el peso mayoritario de una sola empresa detrás. Y eso se visualiza en cada campo que pisan. Lo que hicieron el sábado los hinchas del Bayern tuvo también su réplica el domingo en el estadio del Colonia, retrasando el inicio del segundo tiempo, o en el de Union Berlin, parando el encuentro frente a Wolfsburgo durante otros diez minutos en el primer tiempo.

El odio al Red Bull Leipzig ya lo conocíamos, pero ¿por qué esa inquina hacia el propietario del Hoffenheim? Precisamente por eso. Su propuesta de negocios pone en riesgo la conocida regla 50+1, que apuntala la propiedad de los clubes, siendo los socios los únicos que pueden tener la mayoría accionarial. El fútbol alemán abrió no hace mucho la mano de este mandamiento y ahí se colaron no solo Leipzig o Hoffenheim, sino Wolfsburgo y Leverkusen, todos ellos en manos de empresarios.

Deriva que para el aficionado alemán es un torpedo en la línea de flotación de sus esencias, en un fútbol donde, por ejemplo, ya solo tres estadios de la Bundesliga mantienen su nombre original, resistiendo a la enésima batalla del fútbol alemán entre tradición y negocio: Borussia Park (Gladbach), Olympiastadion (Hertha) y An der Alten Försterei (Union). La última puñalada ha sido la del grupo Wohnivest, que adquirió los derechos para cambiar el nombre del Weserstadion, el feudo del Werder Bremen, y su afición en señal de protesta recordó los nombres originales de decenas de estadios que fueron cambiados por un patrocinador. Una de las acciones contra el cambio de nombre que más repercursión tuvo fue cuando la hinchada tapó con una cortina negra el palco de Wohninvest para que no pudieran ver el partido.

Por eso no es de extrañar ese odio exacerbado hacia tipos como Dietmar Hopp, millonario de la Lista Forbes, con un patrimonio de unos 5.000 millones de euros, propietario mayoritario del conjunto de una ciudad de apenas 35.000 habitantes, pero al que ha consolidado en la máxima categoría. Hace dos semanas, la Federación de Fútbol Alemana sancionó al Borussia Dortmund con dos años de castigo, en los cuales sus hinchas no pueden entrar a los partidos que se juegen en la casa del Hoffenheim, debido precisamente a insultos a Hopp. Y eso ha disparado la solidaridad del resto de hinchadas hacia los borussers, gesto que ha traspasado ligas e incluso en el estadio del Rapid de Viena su grada desplegó una pancarta en su defensa. Pero al hilo de este debate que traspasa fronteras la pregunta que muchos se hacen es: ¿Y por qué no se detienen los partidos ante cánticos e insultos racistas?

El Atalanta, máquina del gol

En la Bundesliga insultan a un presidente de un club, en la liga camerunesa hinchas del Coton Sports piden literalmente la ‘cabeza’ del suyo tras ganar solo un partido de ocho, y en Bulgaria, seguidores del CSKA Sofía lanzaron bolas de nieve a su propio equipo después de perder ante el recién ascendido Tsarsko Selo. En el siempre apasionado y candente derbi de Belgrado, fuego en las gradas y peleas fuera entre seguidores del Estrella Roja y Partizán, como se dieron de palos ultras del Lyon y Saint-Etienne en el derbi del Ródano, el clásico por antonomasia del fútbol francés, o se evitaron en la ‘guerra santa’ entre Cracovia y Wisla en Polonia al impedir la entrada de la afición visitante.

La Japan League arrancó con victoria por la mínima del Cerezo Osaka de Lotina y a la segunda jornada el fútbol se detuvo por mor del coronavirus, como también en la Super Liga china, acaba de anunciarse la suspensión de la liga suiza y en la italiana la Lazio de Simone Inzaghi –su hermano Pippo lidera en Segunda con el Benevento– es líder gracias al aplazamiento del Juventus-Inter, entre varios encuentros más de esta jornada.

Aunque para virus el que inocula a sus rivales el Atalanta. Por tercera vez, los de Bergamo han endosado siete goles al contrario esta temporada, algo que no sucedía desde hacía 61 años en Serie A. Lleva 22 tantos más que la propia Juventus, y aun así, está a 14 puntos de la cabeza. El Lecce fue la víctima de la goleada, con tanto incluido en propia puerta de Giulio Donati, que fue pillado por las cámaras de televisión acordándose de la Virgen y ha sido castigado con un partido de sanción, algo parecido a lo que le sucedió hace poco al técnico del Perugia. Lo que sucedería en el fútbol si como en la Australian League pusieran, como hacen, micros en las solapas de los entrenadores para subirlos al aire en cualquier momento. Imaginan a Maradona, «que la chupen y la sigan chupando».