Pello GUERRA, Nagore BELASTEGI, Juanjo BASTERRA e Idoia ERASO

KIOSQUEROS, EN PRIMERA LÍNEA POR EL DERECHO A INFORMAR

En estos tiempos de aplausos masivos para reconocer el impresionante esfuerzo de los sanitarios que afrontan la pandemia de coronavirus, otro sector también se hace acreedor de ese tipo de homenajes públicos: los kiosqueros. Todas las mañanas abren sus establecimientos para garantizar el derecho a la información vendiendo prensa a los lectores.

En unas poblaciones de aspecto fantasmal con tintes apocalípticos a causa del Covid-19, apenas se ven viandantes por las calles a causa del confinamiento. Algunos de ellos se dirigen a los establecimientos que venden prensa diaria y que mantienen sus puertas abiertas entre infinidad de comercios con la persiana bajada.

Uno de ellos es la librería Luquin de Iruñea. La manilla de la puerta aparece cubierta con una bolsa de plástico y nada más traspasar el umbral, surge el mostrador desde el que atiende Juan Carlos Luquin y que responde a las preguntas guardando la distancia pertinente.

Luquin no solo es kiosquero, ya que además se trata del presidente de Alicoprena, la Asociación de Librerías y del Comercio de Prensa y Revistas de Nafarroa. Desde este organismo «hemos pasado un protocolo de cómo deben actuar desde las tiendas y va desde cómo deben atender a los clientes hasta las medidas que los mismos vendedores deben adoptar».

Señala que, comprensiblemente, el hecho de que «haya menos gente en la calle, entraña que no pueda haber más ventas, pero la prensa sigue teniendo su público fiel y ese nunca falla».

Aunque por ley no están obligados a abrir, el decreto de estado de alarma sí especifica que es uno de los establecimientos que pueden hacerlo. Tan solo en el caso de que no hubiera suficiente atención, «se podría obligar a abrir», puntualiza Luquin. En este terreno, incluso «disponemos de gente preparada que puede seguir con la actividad en el caso de que los habituales caigamos contagiados para que no cierren los puntos». Una medida que ya se ha aplicado en el caso de vendedores mayores, «porque lo que no queremos es cerrar».

En otro punto de Iruñea, Carmelo Buttini sigue atendiendo al público en su establecimiento de La Casa del Libro. Pertrechado con guantes, se encuentra detrás de una pequeña mesa a la entrada del local en la que entrega la prensa entre dos pequeñas bandejas, «una para que la gente deje el dinero y otra para que recoja los cambios para así no tocarnos».

Como Luquin, Buttini señala que no faltan fieles lectores de prensa que se acercan a adquirirla en «un goteo» que se prolonga por las mañanas, ya que a las tardes no abren «por estar en una especie de servicios mínimos y también en solidaridad con el resto de librerías que no pueden vender».

Entrar de uno en uno

Un panorama parecido se presenta en otros puntos de Euskal Herria. Hizkuntza es una pequeña librería del barrio Laubide de Legazpi. Hace décadas que está abierta, ha visto traspasos y jubilaciones, y ahora es Eneko Telleria quien nos atiende detrás del mostrador con una sonrisa y un contundente «egun on!».

Situada en una calle peatonal que habitualmente está llena de vida, estos días empalidece con la mayoría de los comercios cerrados. Si bien Telleria no ha notado que los hábitos de sus clientes hayan cambiado, pues siguen acudiendo los mismos, sí que ha tomado medidas para no contagiarse. «Abrimos solo por la mañana, intento guardar la distancia y me lavo las manos constantemente. Además, desinfecto la zona en la que están los clientes, que solo pueden entrar de uno en uno», comenta.

En cuanto al comportamiento de los clientes, asegura que le suelen visitar una sola vez al día, «aunque a algunos sí que se les nota que tienen más ganas de hablar que de lo normal». Él particularmente prefiere mantener Hizkuntza abierto, aunque admite estar algo nervioso «pero sin miedo». «Tengo mucho cuidado porque ya sé que hay riesgo de contagio», nos cuenta.

Rosita Sánchez es la responsable de la librería Ros de Tolosa. Entre sus preocupaciones se encuentra el tener que ir a visitar a su madre y su tía, que son mayores. «Tuve que llamar al médico para ver si podía o no porque yo estoy expuesta las horas que estoy trabajando», nos ha contado. Esa es su mayor preocupación, pues en general tiene claro que «es mejor trabajar que estar como estamos». «Yo estoy bien, y si tenemos que venir a trabajar, mientras tengamos medidas de seguridad y la gente las respete, no me importa», asegura. En su caso, considera que la gente está respetándolas, aunque haya algún despistado que todavía no se entere, «pero el 99% de la gente se lo está tomando en serio, como se lo tiene que tomar».

En la tienda Mirentxu de Beasain han tenido mucho trabajo los días previos al confinamiento, por lo que ahora el ritmo ha bajado bastante. Aún así, siguen prestando sus servicios a la ciudadanía. «Los que vienen nos lo agradecen», asegura Maite Izagirre, la responsable del comercio. «Hemos reducido el horario, estamos solo de mañana, y sobre todo vendemos periódicos y revistas, y también libros; hay muchos libros que tienen que leer en el colegio y esos encargos los estamos cumpliendo», comenta.

«Se nota que vienen muchos menos clientes. En los anteriores días, como la gente se imaginaba lo que venía, tuvimos muchos clientes que se llevaban pasatiempos y manualidades para pasar el tiempo con los niños, y se ha notado bajón», manifiesta.

Como personas que están a pie de calle, los kiosqueros, en general, ven con preocupación la situación. Silvia Blanco regenta el kiosco de Gran Vía 1 de Bilbo, cerca de El Corte Inglés. Para ella, la situación derivada de la pandemia por el Covid-19 es «para echarse a llorar en este negocio. Nos va de pena». Añade que «el lunes hubo un poco de movimiento, pero este martes nada. Nuestros clientes son del personal de El Corte Inglés, bares y comercios cercanos, pero están cerrados». Insiste que «es desastroso. Tenemos menos gente que cuando abría en domingo, que en Bilbao está todo parado».

Blanco no cree que la situación irá a mejor. Como sus colegas de otros herrialdes, ha optado por abrir a las 08:00 de la mañana hasta las 13:00 horas. «Con normalidad estamos desde las 06:00 horas, pero en estos momentos no hace falta, no hay gente», indica, al tiempo que añade que «para lograr el objetivo que tienen estas medidas de alarma es necesario que cierre todo el mundo».

Admite que abre el kiosco porque «se ha declarado como primera necesidad», pero Silvia Blanco termina precisando que «con estas ventas, que hemos devuelto paquetes de periódicos sin abrir, no ganamos nada. No tenemos ni para pagar la luz del kiosco».

En Laudio, Mertxe Congosto, del Kiosko Lekanda, junto a la estación de Renfe, explica que «no estamos viendo mucho bajón», aunque compensa esa pérdida con otras ventas de tabaco... «Sí que han aumentado las ventas de pasatiempos y revistas para niños. Se nota que la gente está en casa».

«Vienen a comprar más»

A Manu Domínguez, del Kiosko Lamuza, en Zumalakarregi 36, le pillamos cerrando el kiosco porque «voy a comprar tabaco para vender». Explica a este periódico que «no notamos mucho bajón, salvo los periódicos que vendíamos a bares y que ahora están cerrados. Pero creo, en general, que la gente está viniendo a comprar más, quizás porque antes lo podían leer en bares».

Domínguez abre de 06:00 a 14:00 horas. Igual que el resto, ese horario tiene que ver con la entrada y salida de los trabajadores de las empresas, aunque lamenta que «de aquí en adelante ya veremos, porque empresas como Tubos Reunidos, Tubacex y supongo que le seguirán otras van a parar su producción hasta que no se vea una mejora».

Por su parte, Alex Santana, de la distribuidora El Globo de Gasteiz, reconoce que «al estar los bares cerrados» la distribución principal se está haciendo en las panaderías. «Porque aquellas que venden periódicos, también notan aumento de clientela. Compras el pan y la prensa. Las que no venden periódicos nos dicen que notan esa bajada».

Por eso, Santana admite que lo que se está produciendo es un traslado de la compra de diarios a las panaderías ante el cierre de bares donde «se podían leer» y reconoce que ese cambio de escenario «nos está haciendo vender más periódicos y prensa en general».

En Ipar Euskal Herria, el confinamiento empezó el lunes al mediodía, pero en lo que respecta al número de compradores del kiosco y librería Irakur de Azkaine, la situación no ha variado mucho desde entonces.

Aunque la afluencia sigue siendo la misma, no todos los compradores lo son, ya que al tratarse la costa labortana de un lugar turístico, una parte de las personas que se acercan a su establecimiento han llegado desde París y Burdeos a su segunda residencia para pasar el confinamiento en viviendas con jardín o terraza.

La vendedora Catherine Verdu reconoce que en estos momentos de crisis, su trabajo también es mantener los lazos sociales. «Hay gente que sabe que seguimos abiertos y tan solo viene para hablar», reconoce.

Como también sucede en el resto de Euskal Herria, lo que más ha variado estos últimos días es el tipo de productos que se venden. La prensa y los juegos de lotería siguen siendo los principales atractivos, aunque ha aumentado la venta de crucigramas, juegos de mesa y libros, que ayudan a pasar el tiempo. Aunque en su caso, hay un producto cuya venta ha caído en picado y es el de las tarjetas postales, ya que en estos momentos, los turistas brillan por su ausencia.