Marta Abiega
Activista de Harrera Sarea de Bizkaia
KOLABORAZIOA

El mientras tanto

En la acogida de barrios del verano de 2018 aprendí de un camerunés que existe un tiempo que se llama el mientras tanto.

El mientras tanto puede ser ese tiempo que ha de transcurrir, por ejemplo, hasta que puedes pagar una habitación de 350 euros con derecho a padrón o hasta que, una persona con conciencia de clase y de justicia social y a la que le quitaron hasta el miedo, te empadrona en su domicilio consciente de que empadronar no es un delito.

El mientras tanto pueden ser los 3 años que, según una injusta ley de extranjería, han de transcurrir hasta que puedes acceder a un trabajo con nómina, generalmente no muy alta si lo consigues, tarea nada fácil, que te permita regularizar tus papeles y volver a abrazar a tu madre, tus hermanas y hermanos, tu compañera o compañero... volver a pasear por las calles que te vieron crecer, reconocer sus olores y tus sonidos, aquellos que escuchaste el mismo día en que el azar quiso nacerte.

El mientras tanto, en estos días, es también el tiempo que transcurre desde que se te acaba el dinero para comprar comida, hasta que las instituciones deciden cómo van a afrontar esta situación para que todas las personas tengan en tiempos de coronavirus todas las necesidades básicas cubiertas.

En adelante recordaremos siempre este tiempo kafkiano, que aún no sabemos muy bien qué nos va a deparar. «Eso ocurrió el año del coronavirus» diremos.

Hay un sinfín de interesantes artículos que predican esperanzadoramente que este puede ser el mejor momento para acabar con un sistema que pone el beneficio y no la vida en el centro. Esa oportunidad la tenemos ya a la vuelta de la esquina.

El mientras tanto que nos marca este tiempo debe ser el de compartir con esas personas para las que el ahorro siempre fue una hipótesis improbable en sus precarizadas economías; compartir con aquellas a las que el sistema relegó a sus márgenes porque no cumplían las condiciones necesarias para reproducirlo; compartir con las que una mala racha de mal trabajo, no por escaso sino por precario, y la hipoteca de un banco desalmado, lanzaron a la calle; y viviendo en la calle no hay quien pueda conseguir un trabajo. Compartir con aquellas personas a las que un fondo buitre les subió el alquiler hasta que no pudieron pagarlo y se quedaron sin techo; compartir con las que fueron expulsadas de sus países y llegaron a los nuestros –que no las deseaban– en busca de la vida buena y sobrevivieron recogiendo chatarra y repartiendo publicidad y, aún en esa situación de precariedad, fueron capaces de enviar un dinero que apenas tenían para contribuir a las maltrechas economías domésticas de sus seres queridos. Compartir con los que viven de la manta y tienen que soportar el diario paternalismo, cuando no el gesto de rechazo, de tantas y tantas personas ajenas e insensibles a sus historias de expolio y sufrimiento, compartir con las mujeres que trabajan en los cuidados, siempre de las otras nunca suyos, que dejaron atrás sus familias para incorporarse al sistema de cuidados esclavista del norte global rico, el mismo que las expulsó.

Es tiempo de aportar generosamente a esas cajas de resistencia de todos esos colectivos desde la plena confianza, para que sean ellos quienes determinen desde su conocimiento, cómo establecen esas redes de apoyo y por la justicia social.

Es tiempo de empezar a pensar en el mientras tanto de las demás personas, ese mientras tanto que dura desde que se te acaba el dinero para comprar comida hasta que las instituciones deciden cómo van a afrontar esta situación para que todas las personas tengan sus necesidades básicas cubiertas en tiempos de coronavirus.