Mikel CHAMIZO
Compositor

COVID-19 Y MÚSICOS; UN MUNDO SIN CONCIERTOS

La música fue uno de los sectores más rápidamente afectados por la epidemia de COVID-19. En los primeros días de marzo fueron cerrando auditorios y salas, se cancelaron todos los conciertos y la actividad de los músicos entró en paréntesis sin final a la vista.

El cierre del sector del espectáculo fue la primera consecuencia tangible de la tragedia social que estaba llamando a la puerta con la llegada del COVID-19-. Y ha sido muy mediático: se han publicado numerosos artículos sobre el impacto económico que la paralización del sector tendrá sobre la industria musical, el futuro de salas y festivales, el duro golpe para las empresas de la música... Sin embargo, han sido pocos los que se han parado a observar la dificilísima situación en que han quedado los trabajadores de base de este sector: los propios músicos.

Para entender el drama que están atravesando es necesario subrayar la gran precariedad que reina de por sí en la actividad profesional de los músicos en el Estado español. Alrededor de un 15% trabaja en orquestas, bandas y otras instituciones musicales estables y tienen sueldo fijo. Otro 15%, aproximadamente, tiene una actividad suficientemente regular que les permite ser autónomos. Pero una gran mayoría (entre un 60% y 80%, aunque es difícil determinarlo con exactitud al no existir censos) son músicos independientes, freelance, que son contratados por obra y servicio para actuaciones concretas, o que facturan sus actuaciones mediante empresas “intermediarias”, dándose de alta en la seguridad social solo por un par de días. Legalmente, estos músicos ejercen su actividad solo durante estos breves periodos, y el resto del tiempo (aunque lo dediquen a estudiar, ensayar, realizar gestiones, etc.) no tienen ningún reconocimiento profesional. Y en consecuencia, al carecer el Estado español de un marco legal que ampare la figura de los artistas, estos músicos independientes, que no son autónomos ni trabajadores por cuenta ajena, se encuentran en un limbo.

 

Sin medidas de apoyo

Myriam Miranda, coordinadora de la asociación Musikari, que asesora a músicos sobre contratos, derechos de autor y otras cuestiones, habla a diario con decenas de ellos y los ve «frustrados y enfadados». «Me cuentan historias verdaderamente tristes», confiesa Miranda, «en las que se repite la pauta de que sus conciertos se han cancelado y no tienen para llegar a fin de mes. Se enfrentan a un panorama desolador porque no están contratados por nadie, y los pocos ingresos que podían tener, procedentes de bolos puntuales, tampoco les daban para ser autónomos, que en España es muy caro». La puntilla final a esa situación de precariedad es que en estos momentos de crisis tampoco pueden acogerse a las medidas de ayuda que han anunciado algunos organismos del Estado, pues no tienen forma de demostrar su actividad profesional ni la reducción de su actividad. Tampoco tienen derecho a paro, porque cotizan muy pocos días del año.

Gorka Catediano es un percusionista mirandés residente en Gasteiz que trabaja como freelance en el ámbito de la música clásica y contemporánea. Trabaja con grupos que van desde los 4 o 5 músicos a bandas y orquestas, que lo contratan para proyectos concretos cuando necesitan músicos extra, sustituir a algún miembro estable que no puede actuar, etc. Catediano no está ligado a ninguna formación y sus ingresos provienen de estos múltiples trabajos puntuales, que en el argot musical se conocen como «bolos». En su caso, con la crisis del COVID-19 su actividad se ha suspendido por completo. «Me han cancelado todo desde mediados de marzo hasta el 1 de junio», confiesa. «Dos meses y medio de actuaciones suspendidas, unos seis bolos». Afortunadamente, algunas de estas colaboraciones eran con un grupo de los Países Bajos, el New European Ensemble, que le ha pagado la mitad del salario estipulado y se ha hecho cargo de los gastos de viaje ya asumidos. En otros países, como Alemania y Suecia, también se han puesto en marcha medidas de urgencia para proteger a los músicos freelance. Pero en el Estado español no han recibido ese tratamiento. «No voy a ingresar nada por los proyectos que ya tenía apalabrados en Euskal Herria, todos se han cancelado», explica Catediano. «Las instituciones que los organizaban dicen que se harán más tarde, pero no sabemos cuándo ni hemos recibido más explicaciones. Además, aunque el concierto se reubique, puede pasar que en esas nuevas fechas yo no pueda. Para mí, a todos los efectos es como si esos conciertos se hubieran cancelado definitivamente».

Catediano, que conoce muy bien el circuito clásico centroeuropeo y sabe de la enorme cantidad de músicos freelance que operan en países como Alemania o el Estado francés, cree también que en Euskal Herria la crisis no va a pegar tan fuerte por una razón, en realidad, bastante triste: «Como las condiciones aquí son tan malas, casi no hay músicos de clásica que se dediquen exclusivamente a tocar. Casi todos nos tenemos que buscar otros trabajos, bien sea en la educación, en la gestión o en asuntos que no tienen nada que ver con la música, y gracias a eso conservaremos unos ingresos durante esta crisis. Pero si nos dedicáramos exclusivamente a tocar, como es habitual en otros paises, con las medidas que está tomando el gobierno español estaríamos totalmente vendidos», sentencia el percusionista.

 

El pop y el jazz, peor parados

Si muchos músicos clásicos podrán contar con algunos recursos para enfrentar la crisis, el panorama es menos esperanzador para los artistas de otros estilos. Según Myriam Miranda, «yo me atrevería a decir que los que más van a sufrir serán los del jazz, el pop/rock y, especialmente, los de verbenas, charangas, trikitixa... Además, nos acercamos a un momento del calendario muy intenso, con un aumento de actividad muy grande a partir de mayo, que es cuando empiezan los festivales, las fiestas de los pueblos... una actividad que, en verano, se dispara aún más». Hasta el día de hoy, los músicos más afectados por la pandemia han sido los que tocan en un circuito limitado: pequeños festival, en bares, los de orquestinas que participan en bailes del Imserso o en casas de cultura... «Pero en el verano muchos músicos se sacan el salario de todo el año y, si no pueden trabajar, va a ser un desastre», advierte Miranda.

La cantante y compositora Olatz Salvador conoce bien el circuito de escenarios pequeños, ya que durante dos años estuvo girando por salas con un aforo de unas 100 personas. Fue también hace dos años cuando decidió renunciar a un trabajo estable para dedicar más tiempo a la música, que es en la actualidad su principal fuente de ingresos junto a unos talleres creativos que imparte regularmente y colaboraciones con la radio. Ve peligrar la gira que iba a realizar juntoa su grupo Skakeitan por Mongolia, Corea del Sur y Japón, y su nuevo disco quizá se retrase también. Pero lo que más le preocupa es la cantidad de compañeros a los que está viendo pasarlo mal. «Muchos solo tienen la parte de los bolos y se van a tener que buscar lo que sea para sobrevivir», señala. Pero Salvador confía en que esta crisis sea una oportunidad para que los músicos reaccionen por fin y luchen por sus derechos. «Tenemos que empezar a constar como profesionales, tanto en el plano laboral como en el fiscal». Como solución, además del famoso Estatuto del Artista, que nunca se termina de implantar, propone el modelo francés. «Si hacen un número de actuaciones al año tienen derecho a recibir un sueldo del Estado, porque entienden que los músicos (y actores y bailarines) tienen actividades intermitentes y, entre actuación y actuación, necesitan subsistir». Pero no es nada positiva sobre esa posibilidad: «No cuento con que algo así pueda implementarse aquí».