Mikel Korta
Miembro de Sortu
KOLABORAZIOA

Coronavirus, exilio y deportación

A la mayoría nos resulta insoportable el hecho de estar confinados, aunque permanezcamos en nuestros hogares. Por ello, ni siquiera alcanzo a imaginar lo crudo que puede ser vivir la pandemia del coronavirus en lugares tan diferentes y tan alejados, a miles de kilómetros de casa tras décadas de exilio o deportación. Y es que cada exiliada, cada deportado, vive una situación tan diferente al resto, que seguramente existirán muchas situaciones realmente impensables.

Las exiliadas y los deportados son personas que viven lejos, en diferentes países, con muy distintas situaciones legales y personales. Algunas mantienen un gran vínculo con su entorno y con Euskal Herria, mientras que otras hace tiempo que perdieron el contacto con nuestro pueblo sobre todo por motivos de seguridad.

La aparición de la pandemia de la covid-19 no ha hecho más que agudizar la vulnerable situación que vienen padeciendo. Hasta la fecha han fallecido cincuenta exiliadas y deportados por enfermedad o accidente. No son muertes naturales aquellas se producen a miles de kilómetros de casa. De hecho, me viene a la cabeza la trágica muerte del gasteiztarra Javi Pérez de Nanclares, que murió en 2017 en México, en la clandestinidad y sin papeles. No se comunicaba con Euskal Herria, por miedo a que lo localizaran, lo detuvieran y lo entregaran. Cuando acudió al médico por una dolencia en principio menor se negó a aceptar el ingreso hospitalario recomendado. Poco después murió.

La pandemia los ha vuelto aún más vulnerables. Podría decirse que los ha alejado todavía más si cabe. El 4 de abril de este año fallecía en Venezuela el deportado político de Azkoitia Txetxu Urteaga Repullés. Le fue detectado un cáncer cuando se empezaban los primeros casos de coronavirus tanto en Europa como en Venezuela. Los exámenes mostraron que el único tratamiento posible era el paliativo. Su madre y hermanos nunca pudieron darle un último abrazo: estaban confinados a más de 7.000 kilómetros de distancia.

Así es normal que la preocupación e incertidumbre que viven sus familiares haya aumentado desde la aparición del coronavirus. ¿Habrá muchos contagios allá donde vive? Y si se infecta, ¿cómo estará el servicio de salud? ¿Llevará bien el confinamiento? ¿Cuándo podré volver a abrazarlo? Preguntas que cada familiar se hace una y otra vez a miles de kilómetros. Respuestas que muchas veces llegan tarde, por lo que aumenta la preocupación. Hay que tener en cuenta que algunas personas exiliadas pasan larguísimas temporadas sin mantener contacto con nuestro pueblo.

Afortunadamente, de momento no nos consta que ninguna persona exiliada ni deportada haya dado positivo por la enfermedad. Es un alivio para sus familiares aunque la angustia, agravada por la distancia y la prohibición de todo desplazamiento, no disminuye.

Esta sangrante realidad, tan lejana y distante para muchas de nosotras, tiene que acabar de una vez. Existe un remedio para acabar con la incertidumbre sobre la situación de la 41 personas exiliadas, de las cuales ocho están deportadas. La «nueva normalidad» de la que tanto hablan algunos debe ser un nuevo modelo también de convivencia. Un modelo asentado en un marco de superación definitiva del carácter violento de la confrontación y su sustitución por una confrontación democrática. Un modelo con un ingrediente, entre otros, imprescindible: una Euskal Herria sin presas, exiliadas ni deportadas por motivaciones políticas.