Jesús Valencia
KOLABORAZIOA

El perro del hortelano

Alguien había pegado el papel junto a la puerta del supermercado y me acerqué a leerlo mientras esperaba mi turno. Bastó una ojeada rápida para saber de qué se trataba; si cutre era el formato del escrito, no lo era menos su contenido: una petición de firmas para que el Gobierno español no compre material médico a China. No me entretuve en leer el nombre de los promotores ya que son de sobra conocidos: los perros del hortelano; gentes mezquinas que no solucionan nada y zarpean la mano de quien intenta aportar algo.

La actitud miserable de estas gentes y sus necedades vienen de lejos. Hace veinte años, Fidel Castro tuvo información directa de las penurias sanitarias por las que atravesaba el pueblo mapuche y ofreció ayuda desinteresada: «Estamos dispuestos a enviar médicos para que vivan en sus comunidades y les atiendan». Sanguijuelas farmacéuticas y el gremialismo aburguesado de muchos médicos abortó la iniciativa. Cinco años más tarde, Cuba ofreció un hospital oftalmológico que sirviera para las gentes humildes de todo el Cono Sur; la nueva propuesta también fue rechazada por las mismas gentes y parecidas sinrazones: aferrados a sus obsesión «anticomunista», hicieron prevalecer sus intereses económicos sobre la sanidad universal y gratuita.

Los pobres son los grandes perdedores de estas campañas criminales y todavía es fácil escuchar sus lamentos. Cientos de familias llevaron sus niños al centro sanitario de Humauaca para que les atendiesen los oftalmólogos cubanos; los ojos de las criaturas, raspados por la arena de la puna, hubieran sanado con la aplicación de un sencillo colirio. Los angustiados médicos cubanos no pudieron hacer nada; los perros del hortelano de Jujuy les habían amenazado con severas sanciones si curaban a aquellos críos desarrapados. Hoy, los pueblos originarios de la Amazonia brasileña enfrentan la pandemia en situación de alto riesgo; todavía lamentan que Bolsonaro expulsara a cientos de médicos internacionalistas que estaban junto a ellos y los atendían. Sobra decir que a la derechona, el lamento de los enfermos humildes le tiene sin cuidado.

Los promotores de aquel papel aludido son, además de inhumanos, serviles. Trump ha lanzado una virulenta campaña para rechazar las ayudas médicas que puedan ofrecer los países socialistas. Tras él, sus escuderos: la Oficina de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo de los Estados Unidos (¡curioso enunciado!), The Washington Post y, en última instancia, los distribuidores del citado panfleto que, dicho sea de paso, desde la primera línea rezumaba colerín. No les falta motivo. El fascismo local ha invertido millones de horas y dineros en denigrar a los países «rojos» y semejante inversión no les está produciendo los resultados previstos. El 29 de febrero, cuarenta médicos cubanos aterrizaron en Barajas; se dirigían hacia Andorra para colaborar contra la pandemia, a petición del Gobierno del Principado. Sus cuarenta batas blancas despertaron la curiosidad de los presentes; cuando estos conocieron los motivos del viaje, tanto el personal del aeropuerto como los taxista aparcados dedicaron una atronadora bienvenida a los «peligrosos internacionalistas».

Los argumentos que utiliza la fachenda son conocidos por reiterados: el personal sanitario carece de titulación; está contaminado porque viene de países dictatoriales; muchos de los pretendidos sanitarios son espías, esclavos del partido único e ideólogos de la revolución; su cacareada ayuda responde a una estrategia expansionista del comunismo mundial. Silvio Rodríguez replica a todas estas necedades con un texto cargado de lirismo y de razón: «Cuando escriban la vida los buenos, al final vencedores, se sabrá que no usamos veneno sino aroma de flores…».