Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
Strpce

UN INTERCAMBIO DE TERRITORIOS QUE NO DEPENDE DE LOS KOSOVARES

Los serbios de Kosovo creen que los albanokosovares no tienen poder decisorio en el proceso de diálogo entre Belgrado y Pristina: las cuestiones geopolíticas siguen los dictados de EEUU, valedor de Kosovo desde que presionara para la decisiva intervención de la OTAN en la guerra de 1998-99. Sin embargo, los serbios de Kosovo tampoco influyen: manda Belgrado.

La bienvenida a Strpce, el enclave serbio más meridional de Kosovo, la da la iglesia de San Juan. Resguardado, el cementerio asoma por detrás. Es un conjunto sobrio, con tumbas adornadas con flores frescas. Hay lápidas de fallecidos en la guerra de 1998-99. La que perdieron los serbios y que, claro está, aquí nadie olvida. Los políticos, por supuesto, tampoco dejan que se olvide. «Vivo en Kosovo, que es mío y de los albaneses, pero nunca aceptaré la independencia», asegura Ljubisa Racicevic, de 60 años, coordinador de la casa de la cultura de Strpce. «Kosovo pide mucho sin ofrecer nada, y menos mal que llega el dinero de la mafia y la droga», añade feliz este padre de dos hijos que nada ofrece a los albaneses, ni el reconocimiento.

En Strpce, de 10.000 habitantes que parecen esconderse, el avance albanés es lento pero constante. Ocurre en todo el país desde 1999, cuando los serbios comenzaron a abandonarlo. Se quedaron, como ocurre a menudo, los más desfavorecidos. Muchos se fueron a Belgrado o al norte de Mitrovica, donde ocuparon edificios que pertenecían a los albaneses. Esta alteración demográfica, consecuencia del conflicto bélico y político, la aprecia Aleksandar Markovic, sanitario de profesión, que siempre estuvo en Mitrovica. «La mitad de la gente no es originaria de aquí. Todo ha ido a peor en estos últimos 20 años», resume mientras mira como única esperanza a los estudiantes de la Universidad de Mitrovica.

En las municipalidades de mayoría serbia, los seis enclaves y las cuatro regiones del norte de Kosovo, el dinar serbio es la moneda en curso, la mayoría de las banderas son serbias o están relacionadas con el partido serbio Lista Srpska, una extensión de los deseos del presidente serbio, Aleksandar Vucic. Aunque para la mayoría de la comunidad internacional no se esté en Serbia, lo parece; objetivo cumplido. En Mitrovica, ciudad dividida étnicamente por el puente sobre el río Ibar, aunque la imagen sea un calco de Strpce, al rascar el caparazón salen diferencias: en los enclaves no quieren oír hablar del reconocimiento porque temen quedar a merced de los albaneses y, por tanto, prefieren una mayor autonomía en un país ya descentralizado; en Mitrovica, aunque escueza y haya divisiones, son capaces de reconocer la independencia de su antigua región.

«Kosovo es parte de Serbia. Quiero recuperar el sur, pero es imposible: nuestra tierra y nuestros monumentos y monasterios se quedarán en manos albanesas. Es una realidad y, aunque duela, podemos llegar a reconocer a Kosovo. La mejor opción es que nos den Mitrovica. Ellos nos necesitan y nosotros la queremos recuperar», admite Markovic, que mantiene un discurso que apoyan los sectores nacionalistas.

Influencia de EEUU

Los serbios de Kosovo mantienen las mismas posiciones desde que en 2018 se planteara intercambiar las cuatro municipalidades del norte de Kosovo, controladas de facto por Belgrado, por el valle serbio de mayoría albanesa de Presevo. El acuerdo, según las encuestas, lo rechazan los albanokosovares y es impopular en Serbia; solo los serbios del norte de Kosovo lo ven bien. A finales de ese mismo año, el proceso de diálogo, que parecía evolucionar, se estancó por varios rifirrafes que explotaron cuando Pristina impuso aranceles del 100% a los productos serbios. Es el juego constante de ilusiones y decepciones. Racicevic lo llama el bucle. Como ejemplo, uno este mismo año: Belgrado y Pristina acordaron restaurar la línea de ferrocarril que une ambos países y reanudar la ruta aérea entre ambas capitales. Luego, Ilija Iviç, joven jugador de fútbol serbio, aceptó ser parte del combinado nacional sub-19 de Kosovo; el primero de su etnia/origen en la historia de Kosovo. La alegría duró un suspiro: su madre perdió su empleo en un centro cultural de Gracanica financiado por Serbia. El bucle, de nuevo el bucle.

Este panorama afrontaba Albin Kurti, el primer ministro de Kosovo hasta hace mes y medio. Duró 51 días en el cargo y los serbios de Kosovo nunca le prestaron mucha atención porque siempre han creído que el acuerdo entre Kosovo y Serbia supera a los políticos albanokosovares. «Kurti es como los otros políticos albaneses: no me preocupa porque no tiene poder», dice con una sonrisa en los labios Markovic, de 29 años y padre de tres hijos, tras el cambio de Gobierno. «EEUU no ha venido a ayudar a los albaneses: solo quiere controlar los Balcanes, y es lo que está haciendo con los albaneses y sus políticos. Los americanos mandan», sentencia Slavica Redzic, 62 años, dos hijos y artista folclórica que regenta un ultramarino en Strpce.

Una de las razones de la moción de censura contra Kurti fue su negativa a plegarse a los deseos de Washington: no levantar a tiempo el 100% de los aranceles a los productos serbios y rechazar el impopular acuerdo del intercambio de territorios. La influencia del presidente, Hashim Thaçi, ha sido igual de determinante: elimina a un enemigo que buscaba encausarlo y recupera el liderazgo en el proceso de diálogo con Serbia. Terminada la bicefalia, Thaçi intenta relanzar su carrera política y dejar en legado un acuerdo con Vucic. El que sea. El intercambio de territorios sigue ese camino. Y Donald Trump, pensando en las elecciones de 2020, quiere inmediatez y unidad política: Kurti, valedor de un acercamiento progresivo promovido por la Unión Europea, era un estorbo.

Referéndum

El dinamismo de la política albanokosovar contrasta con el dominio absoluto de Vucic en Serbia. La UE y EEUU llevan años apoyando su creciente autoritarismo solo porque creen que tiene el poder suficiente para solucionar la causa más enquistada de los Balcanes. De momento, Vucic ha insinuado que convocará un referéndum. ¿Aceptará entrar en la UE a cambio de un reconocimiento de facto de Kosovo? ¿Reclamará el norte de Kosovo por el reconocimiento completo? ¿Valdrá con una mayor autonomía para los serbios?

Como ocurre con otras situaciones enquistadas, el último y cercano ejemplo es el cambio de nombre en Macedonia del Norte, puede que la decisión supere a los kosovares, sobre todo a los serbios: probablemente decidirán quienes viven en Belgrado o Novi Sad, a cientos de kilómetros del conflicto. Es lo que teme Racicevic, consciente de la desigual balanza: los serbios de Kosovo son poco más de 100.000, mientras que en Serbia residen 7 millones. «Nosotros tenemos que decidir nuestro futuro y no Vucic o los serbios del norte de Kosovo», añade.

«Como individuos no tenemos fuerza suficiente para cambiar las cosas, por eso seguimos a los líderes políticos. Pero no se olvide de que la política no son las personas. La política solo nos trae problemas porque, en lugar de hablar de lo que nos une, resalta lo que nos divide», subraya, por una vez seria, Slavica Redzic, de ojos azules y desparpajo de sobra, mientras dos amigas, llamadas también ambas Slavica, hacen gestos con las manos para decir que habla demasiado.

«Tras la II Guerra Mundial hubo una película de amor muy famosa que se llamaba ‘Slavica’. Por eso muchas mujeres de nuestra época nos llamamos así», interviene Slavica Zdravanic, que como todas las madres de la región se entristece al ver partir a sus hijos e hijas a Belgrado o Europa. «En Strpce viven tres generaciones, pero quedan pocos jóvenes», lamenta Redzic. Esta migración, más allá de las dos décadas de conflicto congelado, es lo que más preocupa en este ultramarino.