Ane RUIZ DE OTXOA
LIBROS PARA EL DESCONFINAMIENTO

Sombras y luces en la barbarie

Desde que aprendí a pensar pienso sin piedad». Esta frase de Joseph Roth sobrevuela la correspondencia intercambiada entre estos dos autores de lengua alemana en la Europa de entreguerras. La primera misiva se fecha en setiembre de 1927 y la última en diciembre de 1938. Ambos compartían muchas cosas empezando por su profesión, su ascendencia judía vivida sin las estrecheces de la fe y una ciudadanía cosmopolita en la que su capital, Viena, era más un concepto asociado a un café que un estado al que defender tras un estandarte. A pesar de ello, sus caracteres no podían ser más opuestos. Zweig era un autor exitoso que gastaba su vida dando conferencias o escribiendo tras los muros de su impresionante mansión de Salzburgo. Nunca renunció a la esperanza.

Por el contrario, Roth era un nómada. Los hoteles fueron su única casa conocida. Sus relaciones personales un desastre que oscilaba entre la esquizofrenia de su esposa y el alcoholismo de alguna de sus admiradoras más queridas. Su propia relación con el alcohol fue tornándose patológicas. A pesar de todo, su clarividencia frente al hervidero político europeo fue aterradora.

La cita con la apoplejía que lo mató le encontró en una terraza parisina frente a un Pernod. Sobre la mesa, el periódico que informaba del suicidio de su amigo Ernest Toller en un hotel de Nueva York.