Isidro Esnaola
LOS DESEQUILIBRIOS MACROECONÓMICOS DE LA UE

La recuperación choca con el diseño de la Unión Europea

El debate sobre el futuro plan de recuperación pasa de puntillas sobre los grandes desequilibrios que genera el Mercado Único. La Unión Europea carece de estructuras para compensar esos desequilibrios. En consecuencia, de poco servirán esos pomposos planes mientras no se modifiquen las principales reglas de juego de la Unión.

El plan para la recuperación elaborado por la Comisión Europea sigue generando controversia. Hay quien ahora aplaude a Angela Merkel por la decisión de apoyar una propuesta que contaría con 500.000 millones de euros en forma de transferencias, en teoría sin contrapartidas, y otros 250.000 millones en créditos que, como mínimo, tendrían que devolver los prestatarios. Países Bajos, Austria, Suecia y Dinamarca, bautizados como los «cuatro frugales», por su oposición a ese plan, consideran que las transferencias deben estar sujetas a ciertas condiciones.

Un plan que era urgente en marzo y que todavía a mediados de julio sigue sin estar aprobado. Además, como pronto se pondrá en marcha en 2021 y se extenderá durante los siete años que se prolongue el nuevo marco financiero plurianual 2021-2027 de la Unión Europea.

Mientras algunos consideran el plan imprescindible, otros lo critican sin piedad. Lo cierto es que no aborda los problemas estructurales de una construcción europea que no da para más a causa de unos desequilibrios macroeconómicos a los que no se pone remedio. Y, aunque parecen mucho, esos 500.000 millones son poca cosa.

El desajuste macroeconómico fundamental dentro de la UE está relacionado con el comercio. Algunos Estados miembros tienen balanzas comerciales positivas –venden mucho más de lo que compran al resto del mundo–, mientras las de otros son permanentemente negativas: todos los años las importaciones de bienes y servicios superan a la exportaciones. Si unos años el resultado fuera positivo y otros negativo, se compensarían unos con otros y no habría mayor problema. Pero cuando el desequilibrio se convierte en crónico, siempre sale más dinero del que entra en esos Estados. No es difícil entender que mientras los que venden más que lo que compran pueden ahorrar, y luego por ejemplo prestar ese dinero o invertirlo, aquellos otros que compran más que lo que venden fuera tienen un déficit permanente que necesitan financiar.

Antes de la entrada en vigor del euro, los países europeos con déficit tenían varias maneras de arreglar sus cuentas. Una de ellas era pedir préstamos en el exterior, al FMI por ejemplo o a especuladores internacionales, y luego ir devolviéndolos en cómodos plazos; eso sí, para amortizarlos debían lograr superávit comerciales, al menos algunos años.

Otra posibilidad para recuperar el equilibrio en las cuentas estatales era vender patrimonio, las joyas de la abuela, y con lo obtenido compensar el agujero que provocaba el comercio. Con este esquema en mente, durante la crisis griega hubo alemanes que propusieron que los griegos vendieran algunas de sus islas…

Hay una tercera posibilidad que está unida a la moneda. Si la divisa del país en cuestión fluctúa libremente, los déficits permanentes llevarán a que la moneda pierda valor. Una moneda que se deprecia encarece las importaciones –los precios los marcan el resto de divisas– y abarata las exportaciones –los precios se fijan en divisa local–. Por tanto, se abre la posibilidad de que puedan vender más en el exterior y corregir el déficit. A la larga, la pérdida de valor de la divisa deberá servir para exportar más –mercancías y servicios más baratos por la devaluación– y a importar menos –la devaluación de la moneda encarecerá las importaciones–.

Alguien puede pensar que eso mismo ocurre entre regiones dentro de un mismo país. Así es, efectivamente. Sucede entre las regiones industriales y el resto, o entre la ciudad y el campo. En ese caso existe otro mecanismo para compensar ese desequilibrio entre quienes venden y quienes compran: los presupuestos públicos. Los modernos Estados europeos gastan de media el 45% del PIB –Irlanda es el que menos con apenas un 25% mientras que el Estado francés encabeza el ránking con el 55%–. Son un potente instrumento en manos del gobierno para redistribuir recursos desde las regiones con superávit a aquellas que tienen un déficit comercial crónico. Esto se puede hacer con programas especiales, con inversiones en infraestructuras, pero solamente el gasto en servicios públicos como sanidad y educación ya supone importantes inyecciones de recursos públicos que compensan ese desequilibrio comercial.

La Unión Europea se diseñó como una zona de libre comercio con moneda propia pero con un presupuesto común bastante ridículo. En 2020 está previsto un gasto comunitario de 155.400 millones de euros para un PIB comunitario de 13,9 billones (sin Gran Bretaña), lo que hace que el presupuesto común –que desde la perspectiva de un solo Estado parece tan grande– en realidad sea muy pequeño: suma apenas algo más del 1% de la riqueza de la eurozona. Evidentemente, con ese volumen de gasto es difícil compensar el déficit comercial estructural existente entre el centro de Europa y la periferia.

Las comparaciones son odiosas pero sirven para ubicar el orden de magnitud de las cifras de las que estamos hablando. La balanza comercial alemana, la diferencia entre lo que exporta y lo que importan con el resto del mundo, está por encima de los 200.000 millones de euros anuales desde el año 2014 (alrededor del 6% de su PIB). Más que el presupuesto comunitario total, y dos veces y media las trasferencias del incierto fondo de recuperación. Es cierto que ahí están contabilizados todos los países del mundo, pero con la mayoría de los europeos el balance neto es a su favor.

Países Bajos, por ejemplo, uno de los Estados más reticentes al plan de la Comisión, tiene una balanza comercial positiva que supera los 60.000 millones anuales (8% de su PIB). Además, cosa extraña, tiene un saldo positivo con Alemania. Es el segundo exportador mundial de productos agroalimentarios, no precisamente por la producción propia, sino gracias al entramado fiscal y comercial que ha organizado alrededor del puerto de Rotterdam, por donde entran los productos del agro y, tras unas pequeñas manipulaciones de unas empresas con un régimen fiscal favorable, se distribuyen por toda Europa. No todo es trabajo duro y competitividad en el comercio internacional.

Por el lado de los déficits, destaca el Estado francés con alrededor de 70.000 millones (que es solo el 3% de su PIB), el Estado español con más de 34.000 (casi el 3% de su PIB), Grecia con más de 20.000 (por encima del 11% de su PIB) o Portugal con cerca de 20.000 (que suponen el 9,6% de su PIB). Déficits que se repiten anualmente y que deben financiar de una u otra manera. Está claro que el presupuesto comunitario no compensa, ni de lejos, estos agujeros, y para que estos Estados puedan seguir comprando mercancías y servicios necesitan financiación.

Las otras vías que existían para compensar este desequilibrio macroeconómico no se pueden utilizar. Los préstamos internacionales están muy limitados. Las reglas de estabilidad presupuestaria y sostenibilidad financiera no permiten que el déficit público aumente. Además, establecen la obligación de amortizar deuda, con lo que se cierra este camino para corregir los desequilibrios.

El otro camino que se utilizaba era el de la devaluación de la moneda, que también está cerrado con el euro. Los grandes superávits comerciales de Alemania fortalecen el euro y no permiten que se devalúe, perjudicando a aquellos países con menor capacidad de exportación. Para suplir esta carencia, en la anterior crisis se inventaron aquello de la devaluación interna, que básicamente significa que, como no se puede devaluar la moneda, se devalúan los sueldos para que se pueda exportar más. Es bastante evidente que esa estrategia no ha corregido ni un ápice los desequilibrios y para lo único que ha servido ha sido para precarizar y empobrecer a los trabajadores.

Tal y como está diseñada actualmente la Unión Europea el tímido plan de recuperación va a ser poco más que un brindis al sol. Para que realmente funcione tienen que modificarse la reglas: o se cambian las normas fiscales y se establece un verdadero presupuesto comunitario o no hay solución.

Churchill decía de los norteamericanos que siempre hacían lo correcto después de agotar todas las demás opciones. Una frase que es perfectamente aplicable a muchas de las decisiones tomadas por Angela Merkel durante su largo mandato. Su apoyo al plan de recuperación viene a corroborar esta tesis. Es a todas luces una figura sobrevalorada. Quizás tenga algo que ver que el resto de líderes que han estado a su alrededor tienen todavía bastante menos estatura política. La Unión Europea, desde luego, no hace sino acumular problemas.