Raimundo Fitero
DE REOJO

Cetrería

Con el puño resguardado por cueros y anillas una persona mantiene el orden aéreo en amplias zonas de nuestra vida cotidiana. Los cetreros, esos seres que utilizan una tecnología medieval, consiguen con sus halcones que los aeropuertos estén más o menos libres de pájaros que puedan poner en peligro el despegue de los aeroplanos, que hacen que en la Catedral, el Athletic pueda jugar sin que ninguna paloma embadurne la txapela de sus seguidores o que en La Rioja, los viñedos queden libres de los estorninos, esas magnitudes de pájaros negros que se comen las uvas impidiendo que acaben siendo un magnífico caldo para acompañar al  marmitako.

Los halcones son animales majestuosos con vocación imperial, que allá donde extienden sus alas, el resto de la cadena trófica sabe que existe un peligro real y huyen por el simple olor que desprenden al moverse. Es el guardián perfecto, es la expresión total de que el miedo cuida la viña, la representación de la fuerza amenazante, sin necesidad de ejercerla. En nuestra vida social y política, no identificamos a los halcones con la misma facilidad que los estorninos, necesitamos que esa porra salga de su soporte y la mano que la empuña reciba toda la fuerza que el brazo trasmite por el impulso de un cerebro entrenado en la represión para que nos demos por enterados.

Existen otros animales que los manejan unos cetreros sin escrúpulos que habitan en edificios blindados donde el dinero se amontona en unas jaulas doradas de las que comen periodistas llenos de piojos ideológicos que se cruzan con policías de violencia de amplio espectro con alas aguileñas pintadas en su frente que, en perfecta coreografía perniciosa, procuran el alpiste venenoso con el que se alimentan los cuervos togados con mando en juzgado excepcional. Usan drones asilvestrados sin pedigrí.