Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista
GAURKOA

Feminista desde siempre

Es recurrente escuchar esta frase entre algunas activistas feministas que expresa, bajo mi punto de vista, más un deseo que una realidad. ¿Por qué? Porque ser feminista no es algo innato o biológico que se adquiera por el hecho de ser mujer. Asimismo, nos parece incompresible que una mujer tenga comportamientos y actitudes sexistas, como el obrero o la obrera que sitúa a favor de la patronal. Pertenecer a un grupo oprimido no es una condición sine qua non para tomar conciencia o querer subvertir las normas.

También es cierto que ser sensible a las injusticias que se cometen contra una misma es relativamente fácil, pero hoy identificamos más rápido, gracias a que hemos tenido a muchas otras que nos precedieron, y por ello resulta más sencillo detectar la normatividad de género.

Se puede identificar y no saber ubicar. Identificar, ubicar, pero no saber cómo transformar porque desde una mismidad es muy difícil encontrar el camino. Por eso necesitamos de compañeras de viaje que nos ayuden a comprender que la injusticia es injusticia y no un problema personal. De que una no está paranoica o se lo «toma todo muy a pecho».

El feminismo nos conflictúa porque sin excepción las presentes hemos sido socializadas en el patriarcado. Por eso, ser feminista es estar en permanente conflicto y no se puede ser feminista, creo yo, sin reflexionar sobre la propia influencia del patriarcado en nuestras creencias, mapas emocionales, nuestras prácticas, etc. Afirmar que «yo soy feminista desde que nací» es obviar lo anterior, como si fuera algo innato que no requiriese de esfuerzo, una confrontación interna y externa para posicionarse como disidente. ¿Pero disidente de qué? No se trata de apropiarse de un lugar de mierda, como alta ejecutiva o desde una maternidad abnegada, o de un lugar que se base en la opresión de otras para sentirse empoderada.

Otra frase recurrente es «que hay tantos feminismos como feministas», queriendo no homogeneizar, pero que puede caer en la trampa de amplificar los procesos individuales frente a los colectivos, cuando el feminismo es necesariamente una articulación colectiva. No se llega a la reflexión, planteamientos y prácticas feministas si no es a través de la confrontación con otras y contextualizando lo que te pasa, no como un hecho aislado sino normativo con un marco de percepción e interpretación de la realidad (Goffman).

En las revoluciones de la autoayuda se resaltan frases como «solo te hace daño quién tú dejas que te lo haga» o si «si no has llegado es porque no te has esforzado lo suficiente», se acentúa la individualidad como proceso de revolución personal, indudablemente necesaria, pero que vuelve a ser insuficiente para construir lo común.

Desde que me incorporé al feminismo en Euskal Herria, hace 35 años, hemos modificado nuestras posiciones y esa es parte de la riqueza y viveza de un movimiento social que no ha dejado de generar teoría y propuestas de transformación. Hasta hace bien poco se discutía, en mi entorno feminista, si los hombres podían ser feministas. Hoy, al menos yo me posiciono ahí, los hombres no solo pueden, sino que deben de ser feministas. Otra cosa, es quién debe tener la centralidad de ese movimiento. Los paralelismos con el racismo pueden servirnos para identificar que el quehacer antirracista en un quehacer del conjunto, pero la centralidad no puede ser ejercida por las personas que ostentan los privilegios, por mucho que algunas quisiéramos quitarnos la piel. Las identidades de la subjetividad, a su vez, corporizadas en cuerpos reconocibles facilitan los procesos de opresión que generan los lugares comunes en los que (re)conocerse para construir esa agenda de vindicación.

Sin negar la dificultad que puede entrañar una indefinición de los sujetos políticos a la par de las dificultades de una definición demasiado encorsetada, vamos, aquello de para derribar la norma construir otra norma. Ahora bien, quizás es hora de que nos centremos en la agenda feminista, en las propuestas, en el quehacer en tiempos de covid-19, donde se van a ir articulando las «nuevas formas» de opresión que seguramente van a ser demasiado parecidas a las precovid-19, pero justificadas por la pandemia, la naturaleza, el neurosexismo (Coline), y cualquier argumentación que facilite la asunción de ese marco, tan internalizado, sexista-racista-neoliberal. Como señala la catedrática Rippon, el sexismo es como «el juego del topo», crees que ya has acabado con todos los topos y vuelven a aparecer nuevos paras seguir sosteniendo el sexismo estructural.

De junio a setiembre podíamos haber hecho mucha pedagogía sobre la covid-19, pero los informativos lanzaban el número de casos y la amenaza de un tsunami, mientras Urkullu señalaba que nuestra sociedad está en «shock emocional». La covid-19, puede servir para distanciarnos, de verdad, de la necesidad de articular movimiento y propuestas desde lo colectivo porque por mucha revolución personal que generemos sino tenemos las condiciones para poder pensar en un proyecto vital con todas las interdependencias que eso conlleva, volveremos a buscar soluciones individuales en lugar de respuestas colectiva. El Gobierno dice que está planteándose la posibilidad de un permiso retribuido para el cuidado de menores si tuvieran que realizar una cuarentena, parece una buena idea, pero es una pequeña trampa del lenguaje porque si una niña tiene que estar en aislamiento toda su unidad de convivencia también, por ser contactos estrechos. Otra cosa es qué hacer si no hay presencialidad. Los meses de verano eran una oportunidad para planificar, pero pareciese que hubiéramos salido del confinamiento como si no estuviéramos en una pandemia que se entrelaza con nuestra normal desigualdad. Así que, igual que en junio pasado o en el 8M del 2019, los cambios estructurales no pueden basarse en el shock emocional, sino en que demasiadas personas han sido expulsadas a los márgenes de la infrahumanidad. Sin lugar a dudas, el sujeto y la identidad son elementos necesarios para establecer la agenda política. Quizás cabría interrogarse en estos tiempos de pandemia y de desmovilización de las calles ¿Cuál es la agenda del feminismo(s)?