Mikel CHAMIZO
MÚSICA CLÁSICA

Una integral en fragmentos

Antes de entrar a comentar la integral Schubert que ha abierto la temporada sinfónica de la Euskadiko Orkestra, hay que recordar que la EO fue la primera orquesta del Estado –y de las primeras de Europa– en ponerse en marcha durante la pandemia. Lo hizo en mayo, cuando el número de afectados era aún muy elevado, desarrollando para ello unos protocolos de trabajo que marcaron el camino a otros agentes musicales vascos como la EGO o la Quincena Musical, e incluso a otras orquestas del Estado. Sin esa precoz valentía de la EO, probablemente no hubiéramos podido disfrutar de tanta música clásica durante este verano, así que hay que agradecer su vocación de servicio público.

Dicho esto, ¿por qué abordar las ocho sinfonías de Schubert si nadie iba a poder escucharlas todas? Ofrecer diez conciertos en una semana, cada uno de ellos para 600 abonados, ya era un reto imponente, pero hacerlo además con cuatro programas diferentes –con dos sinfonías en cada uno– ha sido una gran locura de Robert Treviño, quien ha demostrado que no se arredra un milímetro ante la perspectiva de que el virus le dicte hasta dónde puede llegar en su ambición artística. Nadie ha podido escuchar el ciclo completo, pero esta integral ha debido de ser una oportunidad excepcional para la orquesta, que ha podido trabajar este repertorio fundamental en su integridad. Para los músicos, que se han dividido en dos orquestas más pequeñas, dándoles la oportunidad de evaluar debilidades y fortalezas. Y para el público, que aunque solo haya podido disfrutar de una fracción, lo ha hecho con versiones de sólido planteamiento, con un Treviño que se entregó desde las primeras sinfonías juveniles, deudoras de Mozart y Haydn, hasta ese genial monumento schubertiano que es la “Novena”.