Raimundo Fitero
DE REOJO

Los días solos

Los calendarios sociales, médicos, políticos, económicos han añadido al santoral una reivindicación, denuncia o recuerdo de algo que importa globalmente. Son los día de… cualquier cosa que se les ocurra. Desde la menopausia hasta la tortilla de patata, pasando por los zapatos de aguja o la sombrilla de papel. Lo que se les ocurra, en algún lugar que desconozco le dan la categoría suficiente para dedicarle un día específico. No hace mucho era el día del dolor. Así, en crudo, dolorosamente, se recuerda que existe el dolor, cuando al dolor no le hace falta que nadie le recuerde, le señale ni lo jalee, llega cuando menos se lo espera. Ataca por todos los flancos de una personalidad, y sirve para levantar grandes poemarios, negocios farmacéuticos o vidas arrasadas por ello, tanto en lo que se puede determinar de manera física, como ese otro dolor que se muestra mucho más silencioso que es el que ataca de manera más sibilina y que lleva a muchas personas incluso al suicido, no por quitarse la vida, sino para huir del dolor.

Quienes siendo varones hemos sufrido repetidos cólicos nefríticos sabemos lo que es un dolor insufrible que se compara en ocasiones con el del parto. Las muelas duelen que te impulsan al precipicio. Hay dolores extremos, de corta duración y los hay que son extensos en el tiempo, pero de una graduación media. De eso saben mucho todas las escuelas de torturadores que en la historia de la humanidad han sido. Personas que se especializan en conseguir el dolor más agudo en otras personas para doblegarles la voluntad con fines políticos o de extorsión. Desgraciadamente se sigue torturando con unos niveles de habitualidad que avergüenza. Se sigue produciendo dolor individual y colectivo de manera estructural tanto en dependencias de atención social como en los hogares. Viva los días solos, anodinos, rojos e impares.