Andrés Krakenberger
Activista por los derechos humanos
GAURKOA

Falsas dicotomías

Desde el ámbito de los derechos humanos llevamos muchos años planteando que la dicotomía entre seguridad y libertad es una falacia. Según ese paradigma, para tener libertad has de pagar un precio en seguridad, o para tener seguridad has de pagar con la consiguiente merma en libertad. Con eso se nos suele vender la «necesidad» de buscar un equilibrio y se nos quiere justificar que es hasta cierto punto inevitable que se produzcan unas pocas violaciones «menores» de derechos humanos.

Desenmascarar esta falacia es sencillo, a partir del momento en que la definición más clara de seguridad es esa situación en la que no se viola ningún derecho humano. Es indiscutible. Ergo, pagar en derechos humanos un precio para ganar en seguridad es claramente una estafa.

Me parece que algo similar está ocurriendo con otra dicotomía que se nos propone últimamente en el marco de la pandemia del covid-19. Y es hasta cierto punto lógico que así sea. En marzo de este año, por primera vez en algo más de un siglo, se declaró la situación de pandemia y nadie estábamos preparados para ella. Todos y todas pensábamos que aquello era un problema en China pero no aquí, y que nunca llegaría a nuestros alrededores. Nadie conocía aquí lo que era una pandemia, lo cual habla a la vez favorable y desfavorablemente de los avances científicos que se han dado a lo largo de los cien últimos años. Ni yo, en mi ámbito privado, sabía realmente lo que se nos venía encima, ni tampoco las personas a las que hemos encargado nuestra gobernanza en sus diversos niveles. Es cierto, en los últimos años expertos epidemiólogos lanzaban avisos, preocupados por el avance indiscutible en movilidad, pero nadie les hacíamos caso. Nos parecía que pensaban en términos de ciencia ficción.

Pues no. Nos vimos obligados a confinarnos en nuestras casas. Algunos fuimos afectados en mayor o menor gravedad por el virus. Muchas personas ya no están entre nosotros para contarlo. Durante el confinamiento fue necesario parar toda actividad económica no esencial para evitar que buena parte de los sistemas de salud en Europa, ya de por sí precarizados desde la crisis económica de 2008, se colapsaran por contagios masivos.

Con la llamada desescalada, o con lo que también se quiso llamar «vuelta a una nueva normalidad», no supimos asimilar que el virus seguía allí fuera y que hasta que no tuviéramos o bien un tratamiento o unas vacunas eficaces, aquí va a seguir. Donald Trump –que no el Gobierno de los Estados Unidos– ha prometido una vacuna contra el coronavirus o un tratamiento eficaz antes de las elecciones de noviembre. China y Rusia incluso ya vacunan a sus ciudadanos, a pesar de haber realizado pocas pruebas. Desgraciadamente, nada en la historia del desarrollo de las vacunas da que pensar que, con eso, estemos ante el principio del fin del problema. La vacuna eficaz contra las paperas tardó cuatro años en llegar. La de la varicela veintiocho años. No estamos para trampas al solitario.

Nos daba la impresión de que la gestión pública de la pandemia en algunos países era mejor que en otros. Ahora, con la segunda oleada, parece que el virus nos vuelve a igualar a todos a pesar de las diversas gestiones. Eso donde ha habido gestión digna de ese nombre claro; porque en algunos países, como Estados Unidos o Brasil se ha optado directamente por hacer algo muy parecido a no gestionar el virus en absoluto y ahí sí que las diferencias son claras en cifras absolutas, aunque se nos quiera justificar que en cifras relativas van muy bien. Que se lo digan a las familias y personas allegadas de los muertos y de los centenares de miles de contagiados en esos países. Y hay otros países donde sus estructuras de gobernanza son tan precarias y débiles o desacreditadas que toda gestión real resulta imposible. En unos como en otros, la gestión de la pandemia prácticamente se deja en manos de la ciudadanía, que la afrontan como pueden en base a sus economías particulares.

En Europa, con los diversos modelos de gestión y con este devenir desde marzo se ha instaurado esa otra nueva dicotomía que comentaba. Algo así como que, si queremos que la economía vuelva a funcionar, debemos pagar en términos de salud, como hacen norteamericanos y brasileños, cuyas economías tampoco es que estén boyantes. O que si seguimos un modelo de gestión en lo posible de la pandemia, debemos pagar con efectos adversos en la economía la obtención de avances en salud, como se hace en aquellos países en los que se gestionan los efectos de la pandemia.

Vaya por delante que no soy economista ni profesional de la salud. Pero siempre se nos ha enseñado que el peor enemigo de la economía es el denominador común de todo desastre, sea éste una pandemia, una guerra o lo que sea: la incertidumbre. Y teniendo en cuenta que esto es así, queda claro que esta dicotomía entre salud y economía, que es lo que en nuestro entorno más inmediato ha ocasionado fuertes tensiones políticas, se basa en otra falacia. Para que no haya incertidumbre, es necesario que volvamos a niveles aceptables de salud y que por tanto pueda florecer una economía. O incluso al revés: tiene que respetarse el derecho a la salud para que no haya incertidumbre, lo que hará florecer la economía. Y superaremos esto con el tesón y el espíritu de resistencia a las catástrofes que nos han hecho superar otras en la historia.

Ante esto mi posición está en oponerme por completo a los partidarios de la no gestión, o por cualquier política similar, la vendan como la vendan. Son unos irresponsables y probablemente me quede corto. Y apoyaré a quien opte o haya optado por gestionar, poniendo mi granito de arena en lo micro: mascarillas, guardando distancias, reduciendo al máximo mi vida social y, si hiciera falta, volviendo al confinamiento, y en lo macro, votando por quien haya gestionado mejor. Y defendiendo la democracia frente al autoritarismo. Quienes aplican la no-gestión lo suelen hacer de forma autoritaria. Y casualmente también suelen ser de los que propugnan que para mayor seguridad, es necesario pagar el precio en libertad.