Federico ANFITTI (EFE)
MONTEVIDEO
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JOSÉ «PEPE» MUJICA
EXPRESIDENTE DE URUGUAY

«Hay que ponerles a las causas brazos jóvenes que levanten las viejas banderas»

De las lágrimas en el Senado a la calma de su finca, de legislar en medio de una pandemia a cosechar verduras, de más de 60 años de vida dedicada a la política entre armas, despachos y Presidencia a ser el viejo sabio de la tribu. Así es el día después de José «Pepe» Mujica tras renunciar a su escaño.

Con la calma de alguien que parece haberse quitado un peso de encima y quiere vivir tranquilo sus últimos años, inmerso en la humilde finca en la que vive desde hace ya tiempo y siempre con su típica forma de expresarse, José Mujica abrió las puertas al periodista Federico Anfitti, de la agencia EFE, para conversar al día siguiente de renunciar a su escaño en el Senado. La emoción, la nostalgia y el símbolo de haber dejado el escaño junto al también expresidente Julio María Sanguinetti (1985-1990 y 1995-2000) siguen latentes en una charla donde reflexiona acerca de la vida, pide a los jóvenes que tomen su bandera de lucha y afirma que, le queda mucho por aportar.

¿Cómo viene el día después?

Bien. Tal vez para nosotros es algo relativamente cotidiano, somos un país pequeño, todavía con ciertos códigos aldeanos y no nos damos cuenta que sorprende en el mundo porque podemos tener enormes diferencias, pero tratamos de mantener una atmósfera colectiva que constituye un capital diferencial para nuestra sociedad. Porque convivir con el que uno está de acuerdo no tiene ningún mérito ni es milagroso; el asunto es convivir cuando uno tiene diferencias.

¿Uruguay dio una lección de democracia?

Sí, da una lección de convivencia, de que se puede discrepar y se puede tener el margen de libertad posible y, sin embargo, respetarse. Cada cual va a seguir pensando como piensa, va a tener su visión, pero hay un todo que lo tenemos que preservar.

¿Costó la decisión?

No. Esta legislatura empezó prácticamente con la pandemia y cuando la empecé a ver ya no me gustó. Pero en la medida que transcurrió el tiempo y veo que el problema no se soluciona a la vuelta de la esquina, llegué a la conclusión de que no podía cumplir como se debe con la tarea que me había asignado la gente. Porque ser senador no es sentarse en un despacho, significa caminar, ir adonde están los problemas de la gente. Si a uno le falta la comunicación con la opinión del hombre común y corriente, uno empieza a ser una flor de invernadero, queda encerrado en la abstracción.

La tarea merece un esfuerzo que yo no podía hacer porque pongo en riesgo mi vida, 85 años y una enfermedad inmunológica, estoy regalado. La poca energía que me queda la voy a reservar para otras cosas que tienen que ver con la política, que es tratar de ayudar a otra generación que viene, que está ahí, aconsejarla, ayudarla a formar, poner ideas pero que la acción concreta de la política la lleven adelante otros. Pertenezco al consejo de ancianos, la más vieja institución antropológicamente de la organización humana.

¿Cómo lo tomó el Frente Amplio?

Creo que bien, seguramente para algunos con alegría porque la renovación significa también dar oportunidad y nuestro Frente (Amplio) necesita renovación de la piel pero, sobre todo, renovación en el campo de las ideas y ese es un terreno en el que hay que sembrar ideas sin ocupar posiciones.

En estos años ha pasado por muchas cosas, desde guerrillero hasta diputado, senador, ministro y presidente. ¿Hay algo que le haya quedado por hacer?

Cantidad de cosas. Los humanos tenemos mucho más capacidad de imaginar y soñar que de poder concretar. Soy consciente de una deuda social, Uruguay sería un paisito para no tener pobres. Ese problema se puede resolver y si no lo resolvemos es por nuestros egoísmos, nuestras incapacidades, nuestras torpezas.

¿Por qué usted no pudo en su Gobierno?

No pude generar los recursos y la voluntad de distribuirlos. Es fácil señalar el problema pero después hay que vencer la cantidad de intereses que están en juego, contradicciones... Con el capital tenés que transar (transigir) porque, si no, agarra las valijas y se va.

¿Qué va a hacer a diario?

Soy un campesino frustrado. Me gusta la tierra, suelo trabajar con el tractor, ahora tengo que ir a juntar arvejas esta tarde, sacar una cebolla pa' la vieja (su esposa, la senadora y exvicepresidenta Lucía Topolansky) para tener en la cena, cortar una lechuga... esas pavadas que son chicas para el mundo para mí son grandes porque me ayudan a vivir. No quiero tener la vida de un viejo al pedo sentado en una silla tumbado como mueble viejo. Tampoco me voy a poner a hacer gimnasia, pero tengo que hacer algo con el cuerpo y con las manos también.

¿Cómo tomó ella su renuncia?

Ya lo teníamos decidido entre los dos. Ella va a seguir un poco más, es 10 años más joven. Pero ella cocina, yo le lavo los platos y ahí la vamos llevando. Somos muy sobrios en nuestra forma de vivir y no nos vamos a complicar con nada, porque la gente empieza con casas grandes que no puedo limpiar, tengo que conseguir una sirvienta y después te levantas a mear y tener que cuidar que anda la sirvienta y no podes andar en calzoncillos. Eso no es comodidad, es complicarse la vida.

Uno entra a su finca y ve muchos perros correteando, pero ninguno como Manuela.

Es una sensación intransferible, es una amistad profunda. Ya lo tengo dispuesto, he dicho que cuando me muera, me incineren y me entierren ahí debajo de un árbol, donde está Manuela.

¿Qué sintió cuando se fue a dormir ayer?

Alegría de vivir, porque dentro de las calamidades, llegar a 85 años con la vida que he tenido, si me quejo soy un alma podrida. Me siento feliz porque contribuí a construir una agrupación que hace 20 años que es la más votada en el país. El legado es la barra que queda militando levantando las banderas que yo levanté. Hay que ponerle a las causas brazos jóvenes que levanten las viejas banderas.