Dabid LAZKANOITURBURU

No hay tigre de papel en Etiopía

Hay una tendencia periodística que reniega de intentar entender, y por tanto de explicar, los conflictos, siempre complejos, y pone el acento, cual ONG, en cuestiones humanitarias, informando con trazos gruesos y guiños que venden, pero que mantienen a la opinión pública en la inopia.

La actual guerra en Etiopía con el conflicto en Tigray (Tigre) es un ejemplo de esa deriva.

El primer ministro etíope, Abiy Ahmed, ha sido señalado por declarar la guerra al Frente para la Liberación del Pueblo Tigray (TPLF) un año después de que fuera galardonado con el Nobel de la Paz por firmar un acuerdo para poner fin a la guerra con Eritrea.

No pongo la mano en el fuego por nadie en un escenario bélico, pero las cosas no son tan sencillas. La crisis tiene que ver con la revuelta que en 2018 llevó al poder al propio Abiy, quien desde entonces ha intentado socavar el dominio de la élite tigray (léase el TPFL) sobre la totalidad del país. Un agravio si tenemos en cuenta que suponen el 6% de la población, y que, por avatares de la convulsa y sangrienta historia reciente del país africano, mantenían en el ostracismo al resto de etnias del país, incluida la mayoritaria oromo.

El primer ministro, de esta última etnia, decidió romper la baraja. La respuesta del TPLF fue una ofensiva y el ataque a un cuartel del Ejército etíope, lo que ha sido el detonante de la actual crisis bélica.

Una guerra cruenta, como todas, con miles de desplazados y con noticias de una primera matanza, perpetrada casualmente por el TPLF contra otras minorías étnicas en Tigray.

Seguro que no será la última, pero ya va siendo hora de que algunos dejen de practicar, en nombre de un falso buenismo humanitario, una equidistancia que acaba presentado al verdugo como la víctima.