Raimundo Fitero
DE REOJO

Ficciones

Uso y abuso. Fricciones. Ficciones. Alguien en nombre del gobierno británico ha pedido a Netflix que emite una magnífica serie llamada “The Crown”, que se esmere en dejar claro que todo lo que se cuenta es una ficción. Como antaño. Dejar muy claro que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. La advertencia del gobierno de Johnson es una especie de redundancia. El extravagante primer ministro inglés se encarga desde hace meses en convertir cualquier ficción en una mala realidad. Forma parte de esa caterva de dirigentes que han venido a alterar la noción de ciencia, de superchería, ideas y ocurrencias. Trump parece relegado. Bolsonaro es como una serie aparte mientras que el señor del Brexit no sabe todavía en qué rubro colocarse.

La serie de marras es sobre la corona británica. Un asunto que tiene tanto material real, histórico para ficcionar que lo difícil es encajar algo realmente de ficción, inventado, imaginativo que pueda superar a todas las tensiones, intrigas, místicas y leyendas que esa casa real en la que el príncipe heredero está para jubilarse y la reina madre, cada mañana pacta con Ginebra para seguir al frente de la trama. Cada vez que el audiovisual, la literatura o el periodismo serio se ha acercado a esta familia inglesa, comprendemos que el respeto a esa corona es un asunto simbólico, que tiene el poder que tiene, pero que se pueden acerca a su figura contemporánea sin peligro a sufrir un secuestro informativo ni unas recomendaciones públicas y privadas para tapar, por razones políticas inconfesables, a los Borbones.

En ese cruce de caminos está la recomendación gubernamental y la práctica de las cadenas televisivas, los productores y toda la nómina de creadores para hacer algo que tenga valor artístico por su clara y evidente involucración política.