Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Los Croods: Una nueva era»

Desarreglos y conflictos evolutivos

Siete años después de la excelente acogida que tuvo “Los Croods. Una aventura prehistórica”, ha llegado a nuestras pantallas esta secuela que cumple con creces su cometido de hacer disfrutar al respetable -de todas las edades- mediante  un endiablado encadenado de situaciones que amplifican los logros que ya cosechó DreamWorks con la que ha sido, sin duda, una de sus mejores apuestas dentro de los territorios de la animación. En su engranaje, esta nueva odisea iniciática protagonizada por la entrañable troupe troglodita vuelve a focalizar su interés en los demonios del “progreso” en cuanto el clan se vea en la obligación de abandonar su cómoda pero limitada caverna, y se dirijan a una Tierra de Primisión oculta tras un gran muro y que es considerado como el fin del mundo. En este “mañana” que inspira tanta ilusión como recelo, los protagonistas -liderados nuevamente por el hiperprotector Grug- descubren una tierra de gran riqueza habitada por otra familia muy progre y arrogante en su paso superior evolutivo. Lo que se intuye como un encuentro afable entre dos mundos opuestos, se transforma en un choque frontal de trenes que pondrá en entredicho sus respectivos y diametralmente opuestos modos de enfocar la vida. La narración se inspira en temas y conflictos que abundan hoy en día y que tienen que ver con los desarreglos familiares, los siempre cuestionados modelos educativos y, por supuesto, las diferentes perspectivas que encontramos entre los valores de la fuerza bruta, la razón y demás cuestiones relativas al individualismo o la necesidad de formar una piña familiar que evite cualquier tipo de contratiempo. Divertida y ácida, la película goza de un muy notable acabado técnico y una serie de diálogos chispeantes en los que también tienen cabida reflexiones en torno a la migración y las sospechas que siempre inspira en muchos la llegada de un extraño.