Carlos GIL
Analista cultural

El libro teatral

Filomena convirtió el Salón del Libro Teatral de Madrid en otra frustración. Se tuvo que suspender nada más iniciado. Es una cita anual donde se pueden encontrar las novedades editoriales tanto de libros con textos dramáticos, como teóricos sobre las artes escénicas. Lo organiza la AAT, Asociación de Autoras y Autores de Teatro. Es un mercado cerrado. Son libros que no sobrepasan el ámbito de los profesionales, estudiantes, estudiosos y aficionados muy sobresalientes. En las estanterías de las librerías generalistas apenas ocupan unos metros, casi siempre con los nombres clásicos de la historia de la dramaturgia universal que siguen siendo los que más se demandan. En alguna ocasión con autoras locales, pero de manera esporádica. En euskera la producción escasea. Es descorazonador comprobar que no se está dejando huella de las nuevas dramaturgias que tienen su vida en los escenarios. La traducción es limitada, pero tampoco hay mucha salida a la creación directa, la escrita en euskera.

Hay una desafección que se alimenta con diversas ausencias de compromisos o dejación de responsabilidades. Si casi todo lo relacionado con las artes escénicas se parte de un principio misionero, en la edición del libro teatral no es solo una cuestión vocacional, sino que se entra con facilidad en el martirologio económico. El eslogan fuerza del salón es que el Teatro también se lee. Yo añado, poco y mal.