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La pandemia difumina las mugas entre trabajo y vida privada

¿Dónde termina el trabajo y dónde comienza la vida privada? La pandemia del nuevo coronavirus y sus legiones de trabajadores destinados a casa han difuminado todavía más la frontera entre esos dos espacios, lo que hace necesario poner más atención sobre esta cuestión, tal como advierte Naciones Unidas.

El trabajo a domicilio –ya sea en el propio o en otro lugar elegido por el empleado– perdurará en el tiempo, lo que significa que trabajadoras y trabajadores necesitarán una mayor protección, así como un mejor conocimiento de los derechos y riesgos ligados a este modo de vida, según señala la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en un informe difundido ayer.

«Cuando el mundo fue brutalmente golpeado por la pandemia de covid-19, legiones de trabajadores se pasaron, de la noche a la mañana, al trabajo desde casa para proteger sus puestos y sus vidas», constata la agencia de la ONU, para la cual «no hay duda de que el trabajo a domicilio cobrará más importancia en los próximos años».

Estima que en 2019, antes de que la epidemia se expandiera por todo el mundo, unos 260 millones de personas trabajaban en casa, lo que suponía un 7,9% del total de trabajadores. El covid-19 elevó esta tasa hasta cerca del 20% durante los primeros meses de la pandemia.

No solo es teletrabajo

La OIT distingue tres categorías dentro de esta modalidad de trabajo: las personas que teletrabajan de forma permanente; las que producen bienes cuya fabricación no puede automatizarse, desde la producción artesanal hasta el ensamblaje de componentes electrónicos; y las que están empleadas en plataformas digitales del sector de prestación de servicios (por ejemplo, quienes tramitan reclamaciones, revisan documentos o hacen anotaciones de datos destinadas a alimentar sistemas de inteligencia artificial).

En los países de ingresos bajos y medios, se considera que la mayoría de estos trabajadores son autónomos, mientras que en los países ricos son predominantemente empleados por cuenta ajena. La mayoría son mujeres (147 millones frente 113 millones de hombres en 2019).

«La reglamentación del trabajo a domicilio es a menudo insuficiente y el cumplimiento de la normativa vigente sigue siendo un verdadero desafío», apunta la OIT, especialmente por ese estatus de independencia que «los excluye del ámbito de aplicación de la legislación laboral». Y no sorprende que en los países en vías de desarrollo «prácticamente todos los trabajadores a domicilio (90%) ejercen su actividad de manera informal».

«Para los teletrabajadores el gran riesgo es que se borre la diferencia entre el tiempo de trabajo y el tiempo para uno mismo y para la familia», comenta en otro apartado el informe, que insiste en la necesidad de tener en cuenta los riesgos sicológicos asociados al hecho de trabajar de forma aislada.

Indica que es importante «introducir un ‘derecho a la desconexión’ para asegurar el respeto de las fronteras entre vida profesional y vida privada».

Penalizado

Uno de los activos más importantes de trabajar desde casa es la flexibilidad de horarios y, en general, la OIT detecta que estos trabajadores realizan jornadas laborales más cortas.

Comenta también la importancia de ofrecer guarderías «para incrementar la productividad y ayudar a encontrar el equilibrio entre trabajo y vida privada», precisando que, «en lo que concierne a los trabajadores a domicilio del sector manufacturero, esto ayuda potencialmente a romper el círculo de la pobreza».

Pero, en general, estos trabajadores están «en peor situación» que los demás. En promedio, ganan un 13% menos en Gran Bretaña, un 22% menos en EEUU, un 25% menos en Sudáfrica y alrededor del 50% en Argentina, India y México.

Esta es la receta que ofrece la OIT para superar estas “penalizaciones”: «Los gobiernos, en colaboración con las organizaciones de trabajadores y de empleadores, deben trabajar juntos para garantizar que todos los trabajadores a domicilio –ya sea que estén tejiendo ratán en Indonesia, que estén fabricando manteca de karité en Ghana, etiquetando fotos en Egipto, haciendo máscaras en Uruguay o teletrabajando en Francia– puedan pasar de la invisibilidad al trabajo decente».