Raimundo Fitero
DE REOJO

De alquiler

Absentismo presencial era una de las maravillosas concepciones patronales y sindicales que servían para instaurar un territorio de estar sin estar. De ser un cuerpo que ha fichado, pero que se dedica no a cumplir su labor contractual sino a mirar las musarañas, a pensar en unas vacaciones caribeñas o ya avanzados en la era, a mirar las redes sociales, a visionar páginas de venta a distancia o directamente para dedicarse a estar conectado con amigos, familiares y allegados. Tinder salió de estas necesidades. Ahora con el teletrabajo las circunstancias son cambiantes, el absentismo está controlado o simplemente a la que te despistas estás prisionera todas las horas del día.

Pero los confinamientos universales, los regionales, los que tienen inspiración religiosa o a aquellos que nos hemos ido cavando con rutinas y olvidos empiezan a hacer mucha mella. Hay necesidad de saberse vivo más allá del terminal celular, las videoconferencias suplen en lo laboral la ocupación de espacios alrededor de una mesa, pero no son útiles para lo emocional o sentimental porque no se acumulan en la memoria correspondiente, sino que se van por las cañerías de la soledad sobrevenida.

Por eso hay que atender de manera muy seria a Shoji Morimoto, un emprendedor japonés que se ha promocionado para alquilarse como una persona (este detalle es importante) que puede «comer, beber y hacer comentarios simples, pero no hacer nada más. Todo por ochenta euros. Una ganga. Dicen que tiene más de tres mil solicitudes. Si las atiende tiene un buen sueldo garantizado. No es una mala solución ni como opción de sobresueldo ni para poder hablarle a alguien de carne y hueso. En nuestro entorno la soledad es endémica. Combatirla con personas, aunque sean de alquiler, es mejor que atiborrarse a fármacos.