Iñaki ZARATIEGI
Elkarrizketa
MIGUEL VÁZQUEZ
PROFESOR Y ESCRITOR, AUTOR DE «¡ABAJO LA DICTADURA!»

«Lo que importa es la verosimilitud, la autenticidad moral del relato»

«¡Abajo la dictadura!» es una exigente novela con un fondo de descarnadas biografías, surgidas del dolor y la rabia de quienes se entregaron por una causa universal y no ganaron, pero no asumen que su lucha fuera un error ni una derrota. Su autor, el profesor y escritor Miguel Vázquez, desgrana en esta entrevista parte del contenido de esta obra.

Pionero de la lucha antifranquista en la Universidad del Opus Dei, expedientado, deportado, detenido numerosas veces y condenado a prisión condicional por resistencia a la autoridad, ingresó después en la ilegal Liga Comunista Revolucionaria-LKI y fue sentenciado a cuatros años de cárcel. Vivió en Gasteiz y fue arrestado varias veces tras los sucesos del 3 de marzo de 1976.

Licenciado en Filología Románica, Miguel Ángel Vázquez López (Iruñea, 1947) fue productor-reportero en Euskal Herria, ejecutivo audiovisual y consultor de formación, y es profesor honorífico en la madrileña Universidad Carlos III. De verbo culto y exigente, ha volcado una parte sustancial de sus vivencias en “¡Abajo la dictadura!”, disponible en Amazon y en librerías especializadas de la mano de Katakrak. Firma como Joaquín Lizarraga, cura de Elkano, de recia biografía y raro escritor en euskara alto navarro, enraizado con su ascendencia materna (Valdizarbe- Eguesibar). El narrador principal es Larrain, «personaje complejo, intenso y pasional».

Su libro parece una mezcla de géneros.

“¡Abajo la dictadura!” narra con perspectiva existencial la desigual lucha de jóvenes revolucionarios, patriotas vascos. Es un homenaje a su noble existencia. Pero es inequívocamente una novela. Se inspira en biografías, en hechos, con el recurso privilegiado de la ficción, para quien los hechos son cáscaras de la apariencia. Importa lo verosímil, la autenticidad moral del relato. Ante eso, ¿qué es la «realidad»?

¿Es una reflexión surgida del dolor y la rabia?

No es una novela histórica, que suele crear distancia, justamente, con la historia y los personajes. Dolor y rabia son las fuerzas motrices, y el amor. Cuando algunos lectores dicen que la novela es dolorosa de leer se refieren a esa trama de pasión y muerte, a su impacto catártico.

¿Una terapia, una catarsis personal?

No podría negarlo. Concebida en los 90, ha tenido una larga gestación. He hurgado telarañas, espejismos; como quien descubre secretos enterrados, se asombra de haber olvidado su rastro, sigue escarbando y trata de entender su verdad o mentira.

¿Es una obra compleja, densa?

La lucha antifranquista fue compleja. Proteger su narración interior sin didáctica histórica externa hizo la obra algo difícil. Los relatos militantes, años 60 y 70, no lo son, creo. La saga de los 90 es una intimidad alterada por ensueños, delirios y el experimento literario sí es intenso. Una historia así no podía rendirla al márketing editorial imperante, sus libretos y censuras. Si es buena, se abrirá paso.

Destaca la vivencia social-personal del 3 de Marzo («lo que pudo ser y no fue, no era el inicio, era el final»).

Con mi generación, fui testigo y parte de muchos acontecimientos, también del 3 de Marzo, que hunde raíces en la novela. Haizea, la muchacha obrera coprotagonista, no tiene sentido sin el sacrificio de vidas que aniquiló al sindicato falangista y afirmó la libertad. Haizea y Larrain lo ven como el último impulso revolucionario, falseado por la Reforma.

Fue la generación que combatió la dictadura en su final. ¿Le satisface ese recuerdo?

Era vital que Larrain lograra la mejor comprensión de esos militantes pese a los cismas. Perdón si no ha sido así.

¿Son las memorias rotas de un error, de una derrota?

La autocrítica de Larrain habla quizá de la voluntad principista de quienes fiamos todo a la fuerza militante de la historia, aunque habíamos sufrido los vapuleos y plazos que impone a los ideales. Tras la porfía de la oposición mayoritaria en impedir el choque democrático con la dictadura, el saldo solo pudo ser ese; que ha sido una pausa, todos sus fantasmas invitados de nuevo a la fiesta. Más que un error o una derrota, fue una jugada del tiempo que muchos no tuvimos convicción o fuerza para resistir.

Hay una voluntad revolucionaria casi mística. ¿Últimos coletazos de las mareas revolucionarias del siglo XX?

Larrain, Haizea y otros seres –la Lamia de Bellas Artes, un ciclón onírico; el mítico universitario navarro, Escalada...– invocan la fuerza del humanismo revolucionario primigenio. Más allá del fracaso de las ideologías, recuerda que es más insufrible que nunca un orden de cosas que otorga más y más el dominio de la humanidad y la naturaleza a una exigua minoría.

¿Cómo contempla el boom creativo en torno a la «batalla del relato»?

La «batalla del relato» es ideológica, política. El arte (libros, series…), sin querer ni poder escapar de esa batalla, se debe a leyes que rigen la fantasía y la libertad de conciencia. Cuando el arte invierte términos, puede ser un instrumento de la gobernación, sea Proletkult o “Cuéntame”. Ganar esa batalla no lo hace por fuerza justa o valiosa.

¿Tiene opinión sobre «Patria» y el porqué de su éxito?

Tal drama mortal, su intrahistoria y su reguero de víctimas, repudiado por la gran mayoría durante largos años tras la dictadura, no podía dejar de ser contado y leído.

En un terreno yermo aún de autocrítica cabal, “Patria” fue contundente, audaz. Pero buscando la victoria del relato del atropello labra su debilidad. No era asunto fácil y, en el intento, junto al éxito, ha labrado la debilidad íntima de la narración y su título. Sesgo del foco político, ahistórico, determinista; distorsión de la realidad social; tributo al predecible guion, estilo y elenco. Pero el solo relato del insoslayable daño, seguido tras la fijación constitucional, ha dejado huella en nuevos y extensos públicos. Creo que, sin concesiones ni sectarismo, queda un océano de mejores historias por escribir.

Los mundos que relatan «¡Abajo la dictadura!» y «Patria» parecen relatos bien diferentes.

Yo tengo un testimonio distinto de vida, muerte y destrucción que recorre el libro y que entregué al desarmado Larrain hasta hacerlo agonizar sin apagar su dolor, a causa también de la violencia política. Pero la literatura nunca escapa al daño de la pelea social –menos, si la victoria quiere ser cantada–, ni al carácter que le imprimen sus lectores. Es obvio que “Patria” ha sido anclada también por la reacción, que le da grandeza literaria, pero lacra la crueldad franquista, estigmatiza el derecho a la insurrección contra la dictadura, sin armas o con ellas, y ofrece omertà al «régimen de las diez mil cunetas» (Larrain dixit). Un despiadado olvido que la Transición hizo categoría moral imperativa. Mientras siga enladrillado, no hay asunto de víctimas y verdugos que pueda eludir su interpelación. A la historia es difícil ganarla en un torneo.

¿Y la serie?

Tal trasfondo no podía zanjarlo HBO. Siguiendo el imaginario del terror vasco global, aunque la serie tiene oficio narrativo, parece inhibida por un naturalismo sulfurado que anida en cierta ficción peninsular que, malos o buenos, no deja encontrar a los personajes. Los que yo he conocido no son así. No mejores o peores, son distintos. Es difícil eludir corsés, hallar al individuo. Presumo que no era deseable si de «ganar la batalla» se trataba.

¿Cómo valora el conocimiento e interés de las nuevas generaciones por esa historia y sus relatos?

Un profesor debe respetar los idearios de todos sus alumnos, y más con asuntos relevantes que “Patria” o “¡Abajo la dictadura!” traen. Pero apunto una percepción: desde la infancia sufren la crisis económica, la quiebra del Estado del bienestar, la Pandemia; algo que no conocieron los ciudadanos del vino y las rosas. Y desean revisar por sí mismos la historia dada, que hoy se deshilacha ante ellos.

¿A qué editoras presentó el libro y con qué resultado?

La envié a los grandes (Planeta, Random House). De su libro de estilo, tuve respuesta: ninguna. Masoquista y divertido, la llevé a concurso, pero dieron el premio al «fémur femenino más bello del mundo». Antes, contacté con Pamiela y Txalaparta, y aunque en su modelo corporativo o euskaldun les era algo difícil encajar la obra, la recibieron. Les pareció buena, pero tenían prioridades editoriales y gestoras de plazo largo; sin rechazarla, me sugirieron que buscara otra editorial; también Anagrama. Roca y Akal la rechazaron: estilo, dificultad comercial, heterodoxia. Todo eso me ayudó a mejorarla sin ceder mi enfoque.

Recurrió a Amazon.

El tiempo no me permitía seguir así. Autopubliqué en Amazon, como miles de autores. Pero al modelo digital le faltan librerías. Amigos, libreros –Katakrak– y distribuidoras de la tierra me están ayudando a presentar una edición en sus estanterías.

¿Estos tiempos Covid son malos o buenos para la escritura exigente y el periodismo responsable?

Son difíciles en general, y el resultado es malo: dependencia, degradación editorial y laboral, partidismo.... Pero las excepciones, magníficas. Me duele, a pesar del esfuerzo, ser corresponsable de esto, pero viene de lejos. La novela habla de ello.

Ha escrito que «el horizonte virtual es un don maravilloso, inmensamente más expansivo, infinitamente mejor relacionado e intelectualmente más poderoso que el mero contacto físico».

No debería haber confrontación entre lo presencia y lo virtual. La presencia física es un tesoro. No el mero contacto, no la ficha forzada de una estéril factoría: sí el trabajo en equipo, la escena, el carisma, duelos y alegrías. Apoyado en lo virtual, es el futuro perfecto.