Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Akira»

Un eco imperecedero de Hiroshima y Nagasaki

A finales de los 80 Katsuhiro Otomo hizo detonar en las pantallas de occidente la adaptación en formato cinematográfico de su propio manga. Considerada como una de las grandes obras maestras del anime y, por extensión, una de las piezas cumbre del cyberpunk, “Akira” aglutina buena parte de las inquietudes creativas y culturales de una sociedad japonesa que encontró en los futuros postapocalípticos y distópicos y en las criaturas mutantes, su particular terapia o reflejo del trauma que causó la masacre nuclear que legaron las bombas nucleares de Hirsohima y Nagasaki. En su día, esta obra del culto del maestro Otomo fue considerada toda una superproducción, ya que requirió una inversión superior a los siete millones de dólares en unos tiempos en los que la animación tridimensional todavía era una quimera. Artesanal en su elaboración y espectacular en su resultado final, la película causó furor en su día debido a un impactante diseño visual que, en su primer tramo, se concretó en las frenéticas carreras en moto que protagonizaba una cuadrilla de rebeldes sin causa por las calles de Neo-Tokyo, la gran urbe que fue construida sobre las cenizas que legó una tercera guerra mundial y sobre la que pesará un incierto futuro.

A este acabado visual se sumó un argumento que, en su segundo tramo, exploraba las posibilidades de la metafísica y la catarsis existencial derivada de la posesión de un gran poder que, inevitablemente, es mal entendido y aplicado por su portador. Lejos de sufrir el paso del tiempo, “Akira” ha retornado a nuestras pantallas en un formato remasterizado que amplifica los aciertos técnicos del original y un sonido apabullante que subraya los magistrales acordes que compuso Shoji Yamashiro. Este reencuentro rinde tributo a una obra maestra que marcó un antes y un después dentro de un modelo animado que nos era casi desconocido.