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Túnez

Túnez, de la ira por el confinamiento a ¿una reedición de la revuelta?

La coincidencia entre el X aniversario del derrocamiento popular del autócrata Ben Ali y el confinamiento general por el covid ha hecho saltar al malestar por la incapacidad de la clase política en trasladar el cambio al ámbito socioeconómico. Ya van cuatro noches de protestas.

Por cuarta noche consecutiva, grupos de jóvenes se enfrentaron en varias ciudades de Túnez a la Policía en su intento de hacer cumplir el confinamiento general y el toque de queda, decretado a partir de las 4 de la tarde desde el jueves 14 de enero, décimo aniversario del triunfo de la revolución tunecina, para atajar la pandemia.

El Gobierno solo ve a «grupos de vándalos» en los choques pero, tal y como recuerda Javier Martín, de Efe, todas ellas son zonas muy golpeadas por el paro juvenil –que ronda el 40%, como en tiempos de la dictadura– la corrupción –aún sintética–, la economía sumergida –afectada por la restricciones del coronavirus– y la inflación, que hace que para la mayoría de los ciudadanos productos como el pollo y los huevos sean un lujo.

En la ciudad de Gafsa la gente protestaba contra la destrucción por parte de la Policía de un puesto de venta informal. En la marcha en la avenida Habib Bourguiba, corazón de la capital, además de consignas contra el Ejecutivo por la crisis económica, los congregados exigieron que se cumplan las promesas de libertad, justicia social y derechos reclamadas durante la revolución que en 2011 acabó con la autocracia de Zinedin Ben Ali.

Revolución de los hambrientos

Al menos 650 jóvenes –entre ellos varios activistas en favor de los derechos humanos conocidos como Hamza Nassri Jeridi– han sido detenidos.

Aunque en las imágenes de las virulentas protestas –saqueo de comercios, destrucción de mobiliario urbano...– apenas se escuchan eslóganes reivindicativos, y es difícil trazar una línea común que permita percibir un movimiento articulado, todo apunta a que emana de un hondo sentimiento de hartazgo con la clase política y la falta de reformas económicas.

Un grafiti aparecido el pasado domingo en el barrio capitalino de Kabaria, similar a los muchos que aparecieron en los días previos a la revuelta de 2011, apelando a la nueva «revolución de los hambrientos» ha favorecido esta interpretación en la prensa nacional. «El ambiente en las calles de Túnez empeora día a día y hay pocas esperanzas de un mañana mejor. Los mendigos han invadido todos los barrios, desde los más pobres hasta los más lujosos y se alinean en cada esquina, lo que denota la fuerte degradación a nivel social», argumenta el periodista Mohamad Salem Kechiche.

Otros expertos advierten, sin embargo, de que el problema es peligroso y estructural, y proviene del fracaso económico de una transición políticamente exitosa que ha sido incapaz de enmendar los vicios del antiguo sistema económico y que no ha acabado con los privilegios de una oligarquía que secundó a Ben Ali y que está ahora de regreso, aupada asimismo por las encuestas.

Y de remate, crisis política entre los tres poderes del Estado

Las protestas coinciden con el pulso entre la Jefatura del Estado, el Gobierno y la Presidencia del Parlamento. Una tensión agitada por la irrupción del Partido Desturiano Libre (PDL), que defiende los intereses de los nostálgicos del benalismo y que aventaja en las encuestas al partido islamista Ennahda, primera fuerza en el Parlamento.

Su líder, Abir Moussi, quien recibe apoyo financiero desde Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, ha devenido en el principal azote del líder de Ennhada y presidente del Parlamento, Rachid Ghanouchi, al que respaldan Qatar y Turquía. El islamista, actor esencial de la transición, contribuyó a que ésta no descarrilara en el crítico año 2013: promovió junto al después presidente de la República, Beji Caíd Essebsi, un diálogo nacional que sorteó la división. Sin embargo Ghanouchi no tiene la misma sintonía con el sucesor del fallecido Essebsi, el profesor Kais Saïd, quien sorprendió al ser elegido hace año y medio como independiente.

Saïd tampoco tiene buena conexión con Hichem Mechichi, uno de sus exasesores, designado primer ministro en setiembre. Mechichi, que igualmente desconfía de Ghanouchi, acaba de remodelar el Ejecutivo, del que ha sacado a los ministros próximos al presidente, que al igual que sus dos contendientes es reticente a embarcarse en el nuevo diálogo nacional que muchos reclaman para salvar el país, acorralado por una crisis y un descontento que la pandemia ha lanzado a la calle.Javier MARTÍN I EFE