Karlos ZURUTUZA

INDIGNACIÓN KURDA ANTE UN «LAVADO DE CARA» A LA OCUPACIÓN TURCA EN AFRÍN

Reportajes publicados por cabeceras internacionales tras una visita organizada por las autoridades turcas al enclave kurdosirio ocupado de Afrín desatan una ola de repulsa entre la comunidad global kurda.

Los soldados turcos son todo lo que interpone entre millones de sirios y su potencial masacre a manos de las fuerzas de Assad», rezaba la entradilla del reportaje publicado por “The New York Times” el pasado miércoles. Los informadores habían entrado en el enclave kurdosirio de Afrín en un tour de unas horas organizado por las autoridades turcas. El artículo sorprendió a analistas, periodistas y activistas de todo el mundo, kurdos o no: llamaba la atención el exclusivo acceso a una zona controlada por milicias islamistas, pero, sobre todo, el sesgo a favor de los ocupantes turcos que destilaba la prestigiosa cabecera estadounidense.

En enero se cumplían tres años desde la llamada Operación Rama de Olivo, una ofensiva en la que facciones islamistas –a las que Ankara equipó y rebautizó como «Ejército Nacional Sirio» en 2017– contaron con apoyo aéreo turco para ocupar este enclave mayoritariamente kurdo en el norte de Siria. El resultado fue el desplazamiento de casi el 80% de su población –más de 200.000, según la ONU– así como una cadena de abusos y violaciones de los derechos humanos.

Si bien el NYT recuerda de forma explícita que la región había sido ocupada por Ankara con el objetivo de «expulsar a las fuerzas kurdas y dar espacio a fuerzas rebeldes residuales en su lucha contra Assad», el resto del reportaje se limita a hilar testimonios obtenidos de entre la población civil –reasentada desde otras partes del territorio sirio– sin hacer mención alguna al gran numero de abusos sufridos por la población original kurda y documentados por multitud de organizaciones internacionales como Amnistía Internacional o Human Rights Watch. El artículo también apunta a «ataques terroristas» tras los que estaría el PKK, en palabras del «jefe de Policía de Afrín», pero no da opción de réplica al movimiento kurdo ni en este ni en ningún otro aspecto.

«El ‘New York Times’ ha cubierto otros conflictos dando voz a ambas partes, pero cuando lo hace desde Afrín parece que únicamente los ocupantes turcos y sus afines tienen derecho a hablar», denunciaba Seth Frantzman, corresponsal de “Jerusalem Post” en un artículo publicado el jueves. «Los kurdos son etiquetados de forma peyorativa como ‘separatistas’ cuando no los son. Son la población original de Afrín», apostillaba el israelí.

Desde el noreste de Siria, el Rojava Information Centre rebatía en las redes varias de las afirmaciones del NYT a través de un fact checking con el que destapaba algunos de los crímenes de guerra –obviados por la cabecera estadounidense– que incluyen desplazamientos forzosos, secuestros de mujeres, destrucción de decenas de templos yezidíes y de cientos de miles de olivares o la prohibición de la cultura y la lengua kurdas.

Coberturas controvertidas

Pocos días antes de la publicación del artículo del NYT había estallado una polémica similar tras una pieza publicada por el diario “El Mundo” el día 7. La cabecera española –que había accedido a la zona en las mismas condiciones un día después que los estadounidenses– se centraba en las dificultades de las autoridades de ocupación en la lucha contra el covid, pero sin hacer mención a los abusos y el desplazamiento forzoso sufridos por la población original. «A los que se quedaron, y a quienes llegaron, a su vez, desde otros puntos del país, Turquía ha tratado de acomodar desarrollando todo tipo de infraestructuras para mejorar la vida», zanjaba la cabecera.

Fue la indignación provocada por dicho reportaje lo que llevó a Amina Hussein –kurdosiria residente en Barcelona– a traducirlo al kurdo y hacerlo así accesible a una comunidad de más de cuarenta millones de personas. «Cuando un Ejército lleva a un periodista a una ciudad que ocupó ilegalmente, echando fuera a los civiles, saqueando sus casas e incluso bombardeando las tiendas de campaña en las que se refugian, el periodista escribe lo que le piden», denunciaba Hussein. Zinar Ala, periodista kurdo originario actualmente residente en Münster (Alemania), apunta un «lavado de cara» a los ocupantes en ambos casos. «Hoy los niños ya no aprenden kurdo en la escuela y las mujeres no se atreven a salir a la calle sin velo», resume.

Ferrán Barber, periodista aragonés con amplia experiencia en las zonas kurdas, asegura que el problema aquí no estriba en la logística tras la cobertura. «Los periodistas solo tenemos acceso a ciertos lugares o personas a través de fórmulas como esta; de hecho, la más conocida es la del ‘empotramiento’ con un contingente militar. No es infrecuente tampoco que los gobiernos organicen viajes para arrimar el ascua a su sardina, por eso es relevante describir ese contexto y dejar claro al patrocinador del viaje –el que sea– y al propio lector que tomar parte en él no compromete nuestra independencia», recuerda.

David Meseguer, periodista especializado en el tema kurdo, coincide con Barber, y añade: «Cuando se visita una zona en un tour express que apenas dura unas pocas horas, el conocimiento previo del contexto resulta más imprescindible que nunca a la hora de informar con objetividad». El valenciano visitó Afrín hasta cuatro veces antes de la ocupación. La región, recuerda, ya era destino para miles de familias árabes que huían de la guerra: «Había estabilidad, y también esas infraestructuras que Turquía se atribuye hoy».  

Ya desde el campo de refugiados de Shehba, donde se refugian decenas de miles de afriníes, Ibrahim Shejo, presidente de la Organización de Derechos Afrín, habla de «blanqueo de la ocupación a través de entrevistas a colonos y no a residentes originales de Afrín».

«Afrín sigue siendo un infierno, esa es la realidad», subraya.