Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Érase una vez en Venezuela»

La Venecia pobre

La documentalista Anabel Rodríguez Ríos es una venezolana afincada en Austria, pero que se ha pasado cinco años en su país de origen para completar el material contenido dentro de su trabajo “Érase una vez en Venezuela” (2020), que en total ha necesitado siete años de producción, hasta llegar a su exitosa presentación en el festival de Sundance. Resulta necesario aclararlo para comprender la dificultad que encierra una de esas películas únicas, que quedará para la posteridad como testimonio audiovisual de un enclave de la tierra destinado a desaparecer, y que por se la Venecia pobre no recibe tanta atención mediática.

Estamos hablando de Congo Mirador, un poblado flotante con palafitos o casas construidas sobre el agua, situado en la parte sur del lago Maracaibo, en el estado venezolano de Zulia. Sus habitantes tienen que desplazarse en canoas para ir de un sitio a otro, pero ya no pueden vivir de la pesca por culpa de la contaminación y de la sedimentación que llena de tierra el fondo de una masa de agua que se agota. En otro tiempo el lugar era punto de encuentro de científicos y turistas venidos de todo el mundo a observar el fenómeno meteorológico del Relampagado de Catacumbo, pero la crisis política y económica ha empobrecido y despoblado esta zona petrolífera.

La duda que me queda es la de si la realidad que se muestra en la película es susceptible de ser extrapolada a la del país bolivariano en su conjunto, tal como se podría desprender del título, o se queda en un foco concreto especialmente afectado por la depresión, dada su localización extrema. Me apunto más bien a esto último, ya que las antagónicas Tamara y Natalie protagonizan un duelo real en el que ambas quieren lo mejor para su pueblo, la una con sus ideas chavistas y la otra con el rol de opositora que le ha tocado en suerte. Tanto la alcaldesa como la maestra se muestran tal cual son, sin dobles intenciones.