Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Digimon Adventure: Last Evolution Kizuna»

El crepúsculo de un entrañable bestiario digital

Para los seguidores de la franquicia “Digimon” esta última entrega figura como una de las mejores y, para quienes no han seguido de cerca la ruta compartida por los Digimon y sus Tamers, también se revela como un título muy interesante. Que sea tan bien valorada tanto por sus fans como para quienes somos legos en la materia, dice mucho de una obra animada que tiene en su tono crepuscular su factor más decisivo a la hora de conectar a todo tipo de públicos. Dos décadas después de su inicio, la franquicia orquestada en 1997 por Akiyoshi Hongo ha seducido a millones de seguidores que han seguido al detalle los combates y entrenamientos de los monstruos digitales y sus pequeños entrenadores. Una cruzada constante en un mundo virtual y paralelo que tenía por objeto salvar al mundo de todo tipo de desastres. Como no podía ser de otra manera, en esta su recta final, el tiempo funciona como un inapelable juez dentro de la relación que comparte el bestiario de criaturas imposibles y sus tamers o entrenadores. Los segundos dejaron de ser niños y han sido absorbidos por la mecánica cotidiana, una nueva etapa vital que no tasa muy bien con los imaginarios fantásticos. En su esencia, este largometraje puede recordarnos a la trilogía “Doraemon: Stand by Me” en su intento por pulsar las emociones mediante la nostalgia. En esta oportunidad, el cineasta Tomohisa Taguchi centra todo su interés en un largo adiós en el que impera la palabra.

Los diálogos entre los niños –que ahora son veinteañeros que padecen, entre otras cuestiones, los males del desempleo– y sus mascotas asientan las bases de una película de cuidada factura visual y que aboga por un ritmo pausado y sin estridencias, para dotar de mayor empaque la cuenta atrás compartida por los protagonistas de este epílogo que cierra la saga original.