Ingo NIEBEL
Historiador y periodista
CONGRESO DE LA AFD

Lo «normal», la radicalización de la ultraderecha alemana

La xenófoba Alternativa para Alemania (AfD) se ha radicalizado un poco más en su congreso de Dresde a la hora de definir su programa para las elecciones generales en setiembre. Por el bien de la campaña sus enfrentadas corrientes internas han dejado en espera la pugna por el poder dentro del partido. Aún así, su ala radical sale fortalecida.

La ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) ha reunido este fin de semana a unos 570 diputadas y diputados en la capital del Estado Libre de Sajonia para acordar su programa electoral “Alemania. Pero normal”. El título del documento, el mismo que el lema del congreso, refleja que la pandemia marca las pautas políticas también a la xenófoba formación ultra. Sus éxitos electorales han ido en paralelo a su radicalización política.

Hoy por hoy, la AfD es el único partido cuyo espectro político va desde el conservadurismo, ubicado a la derecha de la democracia cristiana, hasta el neonazismo violento. Los puntos clave que definen el programa electoral tienden a satisfacer a este amplio abanico, poniendo especial énfasis en el mensaje político y no en su materialización.

Si la AfD ganara las elecciones generales tendría que iniciar el Dexit, es decir, la salida de Alemania de la Unión Europea, para acto seguido crear un nuevo espacio económico porque, en caso contrario, perdería su principal mercado. Así la formación se mantiene fiel a su razón fundacional, el euroescepticismo.

En política migratoria defiende prohibir la reagrupación familiar incluso en el caso de las personas oficialmente reconocidas como refugiadas. Advertido el partido de que este paso vulnera la legislación actual, el peso pesado de su ala más ultra, Björn Höcke, recordó que «no nos vemos aquí en la esfera jurídica sino en la esfera política», haciendo gala de oportunismo político. Siguiendo el rumbo radical del líder del comité regional de Turingia, la AfD niega que Alemania carezca de mano de obra cualificada y considera este argumento una mentira de los lobistas y de la industria.

Su negacionismo se extiende también a la pandemia. «Rechazamos la obligación de llevar mascarilla», decidió la ultraderecha alemana durante su congreso, en el que sus delegados estuvieron obligados a protegerse con ellas y a mantener una distancia física de metro y medio al tratarse de un encuentro presencial.

Por lo demás, la AfD aboga por blindar el país con vallas «mientras falte la protección de las fronteras exteriores de la UE», ilegalizar la Antifa y potenciar las tradiciones militares de las Fuerzas Armadas. Y persiste en su fijación en la defensa del modelo tradicional de familia –padre, madre e hijos–, dejando patente que no ha asimilado los cambios sociales que se han venido produciendo en el país desde el siglo pasado.

Los puntos acordados ponen de manifiesto que la AfD quiere reconectar con su antiguo tema estrella, la cuestión migratoria, que ha perdido fuelle desde que la pandemia del coronavirus ha impuesto otras prioridades. No obstante, la formación ultra, que se identifica con el color azul, busca ahora arrimarse al polifacético movimiento negacionista de los Querdenker (pensadores inconformistas) para hacerse valer como su correa de transmisión hacia las instituciones. Esa misma táctica funcionó hace un lustro, cuando la AfD se acercó al xenófobo movimiento Pegida. Desde entonces, ha ido mejorando sus resultados en las elecciones, hasta los recientes comicios en Baden-Württemberg y Renania del Palatinado, donde ha perdido puntos, sobre todo por cuestiones internas.

Estos problemas llegaron hasta Dresde donde el congreso evitó que se produjera un choque entre las corrientes nacional-liberal, encabezada por el presidente de la AfD, Jörg Meuthen, y la nacional-etnicista, que lidera Höcke, al aplazarse la votación sobre el jefe de partido. Entre las dos se sitúa un tercer grupo, el nacional-conservador del presidente de honor, Alexander Gauland, quien dirige también el grupo parlamentario. Ahora, las bases tienen de plazo hasta el 25 de mayo para decidir quiénes serán las caras de la formación en la campaña electoral.

El único punto que Meuthen y Höcke tienen en común es que han señalado a los Verdes ecologistas como su principal adversario político. De hecho, en Turingia, la AfD puede contar con simpatías en la Unión Demócrata Cristiana (CDU) que le ayudó a remover temporalmente del poder al ministro presidente, Bodo Ramelow, del partido socialista Die Linke (la Izquierda), y a su tripartito con socialdemócratas (SPD) y Verdes.

Además de los ecologistas, el enemigo número uno de la AfD a nivel nacional es la canciller Angela Merkel (CDU), pero no se volverá a presentar para el cargo. Es probable que la CDU nombre candidato a la Cancillería a su presidente, Armin Laschet, quien representa la continuación de la política de su antecesora. Sin embargo, el ministro presidente de Baviera, el socialcristiano Markus Söder (CSU), ha mostrado su interés en ser el aspirante si su socia a nivel nacional, la CDU, le respalda. Con el bávaro al frente de la democracia cristiana, la AfD tendría más problemas que con Laschet, porque el hombre fuerte en Munich domina también el lenguaje del populismo derechista.

Otro factor decisivo es si el servicio secreto interior va a espiar a la AfD por considerarla «anticonstitucional». Si los tribunales dan el visto bueno a esta medida, la AfD podría perder a sus afiliados funcionarios o militares y a la CDU como hipotético socio político en el este alemán.