Raimundo Fitero
DE REOJO

Machadiana

Si se hace camino al andar sin echar la vista atrás, si vas mirando hacia adelante, el camino que sigues puede ser variado por tu voluntad, la orografía, las obras de la municipalidad o la indignante ocupación de calles, plazas, aceras y vías por las terrazas de los establecimientos de restauración. Eso se llama privatizar el espacio público, lo digas en inglés, al revés, con pandemia o con interés recaudatorio. Ya existía en ciertas zonas una presión abusiva que hacía difícil transitar como pedestre por ciertas calles a ciertas horas, pero ahora se ha llegado a una expansión que parece que lo único importante es que existan terrazas, porque es el símbolo de la libertad a la madrileña bien aplicada desde hace tiempo en las tierras fértiles ribereñas y los oasis.

Por eso descubrir que un octogenario arquitecto y urbanista danés, Jan Gehl, declara de manera solemne que «caminar debería ser considerado un derecho humano», formulación que dispara en mi carcomida mente con intención machadiana imágenes de la cantidad de ofendiditos que puede reaccionar ante semejante propuesta. Este urbanista ha ganado batallas importantes en diferentes países, retirando la circulación de los coches por lugares emblemáticos de Nueva York, como en Times Square, donde el coche monopolizaba el noventa por ciento del espacio y solamente el diez por ciento de personas iba en ellos.

Parece que en la inmensa mayoría de nuestros centros urbanos los coches ya están abolidos, pero el espacio ha sido usurpado por las terrazas, asunto de muy difícil combate social en estos momentos porque esa proliferación de obstáculos se considera benefactora. La idea de ciudad de Gehl es la que se llegue a cualquier sitio en quince minutos, andando o en bici. Sorteando mesas y sillas, costará un poco más.