Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Karen»

Reencontrada en el Serengueti extremeño

Es justo todo lo contrario de “Memorias de África” (1985), en cuanto que la película de Sydney Pollack respondía a la idea de aventura épica y drama romántico acuñada por la industria de Hollywood. En cambio, la de María Pérez Sanz es una obra de cercanía, que huye del biopic al uso para refugiarse en el retrato intimista. Lo que pretende es descubrir a la mujer que había detrás del seudónimo literario de Isak Dinesen, una granjera danesa dueña de una plantación de café en Kenia, que llegó al continente negro huyendo de su familia y decubrió allí otro mundo diferente de la postal exótica o del negocio colonialista. Esta Karen Blixen es el resultado de un proceso desmitificador, mediante un feminismo cotidiano que rescata a la protagonista de la cultura de museo y de la leyenda histórica creada en torno suyo.

Partiendo del subjetivismo de la autora que se transforma en la mente de cada lectora, María Pérez Sanz ha incorporado el binomio Dinesen-Blixen a su imaginario particular, trasladando el África inexplorada de sus sueños de infancia a los paisajes extremeños donde los vivió. Su cine es personal por estar ligado a un espacio propio, y así en su documental “Malpartida Fluxus Village” (2015) homenajeaba al artista alemán Wolf Vostell, que instaló su obra al aire libre en la localidad cacereña de Malpartida. La reubicación paisajística en el Parque Natural de Monfragüe no deviene en falsa, gracias al milagro de la luz obrado por el director de fotografía Ion De Sosa, que ha trabajado con película analógica de 16 mm y con iluminación natural, tanto en los soleados exteriores como en los interiores domésticos sin la electricidad del hombre blanco.

La historia de amor entre la protagonsita y el África Negra se concreta en la desprejuiciada relación que mantiene con su criado somalí Farah Aden, que la cantante Christina Rosenvinge llena de respeto y ternura en las conversaciones que mantiene con Alito Rodgers Jr.