Carlos GIL
Analista cultural

Precariedad

En los meses de la pandemia las producciones teatrales, coreográficas, cinematográficas, musicales se han resentido, en ocasiones llegando a la suspensión o aplazamiento, han estado a la espera de reaperturas de espacios, de relanzamiento de la vida económica y social, de los espacios donde celebrarse las actividades sin unas limitaciones de aforo que han ahogado a compañías, grupos y hasta a teatros institucionales. De repente vuelve un fantasma y una pregunta, ¿se han suspendido los cursos de las escuelas superiores de estas especialidades o se han seguido sacando egresados a un mercado menguante sin discriminación ninguna? Cuesta colocarse en una tesitura equilibrada en estos asuntos donde se mezclan las ilusiones de unos jóvenes que sueñan con una profesión llena de glamour y la realidad de los sistemas de producción, porque son muchos años en los que están saliendo centenares de actrices y actores sin futuro. Deben buscarse la vida en un ambiente cada vez más deteriorado, menos regulado, más asilvestrado. Añádase a estas circunstancias de falta de filtros, de selección suficiente y de crecimiento de entidades, productoras o posibilidades de contratación a tantos titulados, la falacia de que es una profesión vocacional, que les gusta, por lo que no se acaba de atender de manera rigurosa la lacerante precariedad laboral existente, que en ocasiones roza con un florido esclavismo con muchos disfraces y excusas.