Pablo GONZÁLEZ
ELECCIONES PARLAMENTARIAS EN ARMENIA

La democracia resiste en una Armenia desilusionada y dividida

Los principales partidos opositores aceptan a regañadientes los resultados y el país del Cáucaso Sur evita de momento una nueva ola de protestas. Las elecciones han sido aceptadas igualmente por la comunidad internacional, aunque queda patente la crisis del modelo democrático en el espacio postsoviético.

Armenia finalmente ha evitado una nueva crisis nacional, aunque no parece que la estabilidad en el país del Cáucaso Sur vaya a ser duradera. La convocatoria de elecciones parlamentarias anticipadas era una prueba a la gestión del primer ministro, Nikol Pashinyan, durante la desastrosa, para los intereses armenios, guerra del Karabaj de 2020. Los resultados de las elecciones han sido aceptados tanto dentro, muy a regañadientes por parte de la oposición, como fuera del país. Supone un logro en el espacio postsoviético, pero si se analiza a fondo se puede apreciar que el modelo de la democracia occidental vive una seria crisis en esta parte del mundo.

Se temía que fueran cuales fueran los resultados, la parte perdedora sacaría a sus simpatizantes a las calles y no reconocería los comicios. La falta de encuestas de intención de voto fiables, la polarización de la campaña electoral basada en insultos mutuos y la difícil situación que vive el país a casi todos los niveles, aumentaron aún más la crispación. El primer ministro en funciones y a la postre ganador, Nikol Pashinyan, prometía mano dura contra toda oposición si ganaba. Pashinyan llegó al poder en 2018 gracias a la denominada Revolución de Terciopelo y durante esta campaña prometió que si ganaba sustituiría el «mandato de terciopelo» por el «mandato de hierro/acero», en referencia a endurecer su postura con los descontentos con su gestión.

Ante ello, el otro teóricamente favorito, el expresidente y ex primer ministro Robert Kocharyan prometía encarcelar a Pashinyan en caso de obtener el poder, así como prohibir todas las ONG que considerara contrarias a los intereses nacionales de Armenia.

Con este panorama se consideraba que ganara quien ganara, la protesta estaba prácticamente garantizada. Sin embargo, de momento, las dos partes parecen más moderadas una vez que se sabe la composición del Parlamento.

Pashinyan mantiene el poder, de hecho una mayoría absoluta que le da vía libre a mantener sus políticas destinadas a mejorar el bienestar de la población más pobre, especialmente en zonas rurales. Kocharyan, por su lado, tiene presencia parlamentaria y potencial para seguir explotando a su favor los errores que pueda cometer el Gobierno, especialmente en política exterior y, de esta manera, seguir creciendo.

Crisis del modelo de democracia occidental. Todo ello no oculta la principal tendencia que recorre el espacio postsoviético, la crisis del modelo de la democracia occidental. Armenia está subida en una profunda crisis a varios niveles que hacen plantearse la propia viabilidad del Estado y lo acerca a la condición de Estado fallido. Por un lado, el Estado no puede garantizar la inviolabilidad de sus propias fronteras, la economía sigue obligando a emigrar a parte de la población y la pandemia del coronavirus ha evidenciado la incapacidad del sistema sanitario armenio de salvar a sus ciudadanos.

A todo ello se suma la derrota militar en el territorio del Alto Karabaj en 2020. Este enclave de población armenia dentro de Azerbaiyán se originó en los años 90 tras una exitosa guerra de liberación. Pero el año pasado fuerzas azeríes, con la colaboración no oficial de Turquía, recuperaron el 70% de ese territorio, cortando su comunicación por tierra con el resto de Armenia. Solo la intervención a última hora de Rusia evitó la pérdida total del territorio. Además, es Moscú el garante de la seguridad de los armenios del Karabaj.

Eso ha abierto una herida que se ha hecho patente en estas elecciones por la polarización de la sociedad. Pero más clara es la desilusión de la población ante la imposibilidad de elegir entre unos líderes políticos que responden ante sus peticiones. Así, con una gran movilización, polémicas y una campaña electoral acalorada, solo el 49% del electorado acudió a las urnas. En 2018, tras la revolución que llevó a Pashinyan al poder, votó el 47%. Es ya tendencia la desconexión del ciudadano de a pie respecto de la clase política. Una clase política cada vez más vacía de contenidos reales, que se pronuncia «por todo lo bueno y contra todo lo malo», en una clara deriva populista.

Esta no es una tendencia nueva en el espacio postsoviético, países como Moldavia, Ucrania o Georgia ya han afrontado estos problemas sin haberlos superado. Además, esta crisis casi continua abre la puerta a que potencias extranjeras, ya sea Rusia ya sean países de la OTAN y la UE, vayan quedándose con parte de la soberanía nacional de estas repúblicas.