Mikel ZUBIMENDI
OLA DE DISTURBIOS Y SAQUEOS EN SUDÁFRICA

Arde Sudáfrica: viejas intrigas y fuegos intencionados asolan la nación del arco iris

Una ola de disturbios y saqueos ha sacudido los pilares de Sudáfrica, provocando una grave crisis. Lo que empezó como protestas contra el encarcelamiento de Zuma, tomó forma de un cuasi-golpe de Estado.

Más de 200 superficies comerciales, miles de tiendas y docenas de almacenes saqueados y, en muchos casos, incendiados. Granjas destruidas, ganado robado. Al menos 200 muertos. Se paró el transporte ferroviario de mercancías y también las operaciones en la cuarta terminal de contenedores más grande del hemisferio sur, en Durban. Ni las torres de telecomunicaciones se libraron y se vieron afectadas. La tercera refinería de petróleo más grande del país cerró y en ciertas zonas aún escasean los alimentos y el combustible.

Sudáfrica ha pasado serios apuros. Johannesburgo, por ejemplo, estuvo casi completamente cerrada, muchos habitantes luchaban por encontrar productos básicos como gas para cocinar y calefacción. Los camiones de comida y combustible iban con escolta militar para mantener abiertas las líneas de suministro en la principal arteria del país, la carretera N3, que va de Durban a Johannesburgo. Miles de saqueadores, centros urbanos arrasados, comunidades que se sienten abandonadas por el Estado y toman las armas para defender sus barrios y negocios. Vuelven a dispararse ráfagas al aire, han vuelto los puestos de control con vigilantes, en ciertos casos la justicia se hace con las propias manos. Durante estos días todos los sudafricanos que tenían un arma la llevaban o la tenían cerca.

Millones de sudafricanos han pasado por un huracán social de fuerza 10, que no fue espontáneo, de un grandísimo poder de destrucción. Y sin embargo, la atención informativa internacional estaba en las inundaciones de Alemania o en el cruce de acusaciones Biden-Putin, pareciera que se quería pasar de puntillas sobre el tema, pasar página. Como si no pasara nada en Sudáfrica, solo devastación.

Sudáfrica queda lejos, en la otra punta del mundo, pero duele. Sudáfrica grita, revivió sus peores pesadillas, vuelven las intrigas y los golpes de poder, la apuesta de sembrar el caos para cosechar victorias. No, la ola de disturbios y saqueos, las escenas que evocaban una insurrección, no eran solo para pedir la liberación del expresidente Jacob Zuma, ni para reivindicarlo como preso político, En un primer momento, cierto, tomó esa forma política de alzamiento ante una injusticia percibida, pero pronto se vio que aquello iba de otra cosa.

Había coordinación y sofisticación en ciertos ataques, un guión de asonada golpista, de golpe de Estado camuflado en insurrección popular. La narrativa del alzamiento contra el encarcelamiento de Zuma, quien se entregó por desacato al Tribunal Constitucional, tiene puntos ciegos, no da las claves.

Hay otras evidencias, como la imposibilidad de sostener una sociedad sobre los niveles actuales de desigualdad, pobreza y paro, algo que el propio presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, reconoció en su discurso de urgencia a la nación. Claro que hay rabia e indignación contra el sistema en sectores más o menos amplios de la sociedad, claro que hay razones para que muchos sudafricanos no perciban la promesa del arco iris como horizonte.

La violencia ha sido particularmente prominente en el feudo de Zuma de KwaZulu-Natal, en el este del país, donde la ira entre la población zulú ha evocado recuerdos de la sangrienta violencia racial que precedió a las elecciones de 1994, y que en su momento amenazó con llevar a Sudáfrica a una guerra civil total. Y aunque ha habido algunos choques mortales entre zulúes y ciudadanos de origen indio en Durban, la narrativa del conflicto tribal, la de unos zulúes agraviados por el encarcelamiento de uno de los suyos, del primer presidente zulú de Sudáfrica, tampoco nos explica toda la realidad.

La existencia de elementos nefastos e intereses bastardos que han trabajado para desestabilizar deliberadamente el país es algo acreditado. Así lo ha denunciado desde el presidente hasta la mayoría de medios internacionales. Se han iniciado investigaciones contra 12 agentes de Inteligencia y cuadros leales a Zuma –que fue jefe de Inteligencia del ANC durante los años del apartheid–, incluido el exjefe de la Agencia de Seguridad del Estado, Thulani Dlomo, algo que dice mucho sobre la crisis actual. Al parecer, la unidad de operaciones especiales de Dlomo habría operado efectivamente como la milicia privada de Zuma. Hablamos de gente que sabe bien cómo parar un país, cómo organizar manifestaciones masivas, fomentar disturbios y el caos.

En el corazón de la crisis está la amarga rivalidad entre Zuma y su sucesor como presidente, Cyril Ramaphosa. Las tensiones han estado hirviendo desde que Zuma se vio obligado a renunciar en 2018 por acusaciones de fraude generalizado, que finalmente llevaron a que fuera juzgado. El nombramiento de Ramaphosa, discípulo de Mandela, como su sucesor como presidente fue ampliamente bienvenido, se consideraba que el nuevo líder era alguien que tenía una mejor comprensión de la comunidad empresarial de Sudáfrica y que trabajaría con ellos para reconstruir la economía en beneficio de todos. Pero el apoyo de Ramaphosa a los industriales llevó a acusaciones de los partidarios de Zuma de que el nuevo presidente era poco más que un apologista de la economía dirigida por blancos, un argumento que, a medida que las desigualdades y la tasa de paro entre los jóvenes negros seguía creciendo, impulsó el crecimiento de un sentimiento antigubernamental.

Las luchas internas dentro del Gobierno del ANC han sido duras, llegando al punto de que la denominada facción de Transformación Económica Radical (RET) de Zuma haya exigido no ya la liberación del expresidente sino el derrocamiento del presidente Ramaphosa. El RET incluye a los elementos que han pedido violencia y han agitando a través de las redes sociales; a elementos carismáticos de las iglesias, que lo han defendido durante años y se han beneficiado de sus redes de patrocinio; a líderes zulúes que han movilizado el apoyo de la población zulú del país, a veteranos militares leales a Zuma, un alto comandante del brazo armado del ANC en la lucha contra el apartheid.

Cuando el tribunal ordenó a Zuma que se entregara para mandarlo a prisión, sus aliados, que aún ejercen una influencia considerable, decidieron resistir y dar un cuasi-golpe. Han utilizado cínicamente la pobreza generalizada, el desempleo y la desesperación, principales legados del apartheid. Unas realidades que empeoraron durante la presidencia de Zuma y que dejan una sensación de fracaso en la transformación de la economía que se pretendía en 1994.

Nelson Mandela dijo una vez: «Es tan fácil derribar y destruir. Los héroes son los que hacen la paz y construyen». Comienza la reconstrucción. Las prioridades pasan por estabilizar el país y garantizar la distribución de alimentos, combustible, medicamentos y otros suministros esenciales, y que el hambre no se extienda. Que la pandemia no tome un giro frenético y desenfrenado que lo complique todo aún más. Es un factor que afecta más y peor a quienes más difícil lo tienen.

Y por supuesto que habrá más problemas en el camino. Sudáfrica tiene muchos, siempre los ha tenido y ciertamente siempre los tendrá hasta que se encuentren soluciones o vías para revertir la pobreza, el desempleo y la corrupción. Hasta que haya muchas menos personas que no tengan absolutamente nada y, por tanto, nada que perder.

A veces en la vida uno tiene que reír o llorar, y en Sudáfrica se aseguran de hacer ambas cosas. Duele la nación del arco iris, pero lo que sí se sabe es que cada vez que llega al límite, las comunidades organizadas del país han sabido alejarla del precipicio. Sudáfrica volverá a compactarse, revaluarán su marcha y buscarán nuevas soluciones. De alguna manera, se recuperará y saldrá de esta.