Félix Placer Ugarte
Teólogo
GAURKOA

Dios, ¿una cuestión indiferente?

La vida es lo que importa y preocupa. Sus problemas son los que interesan. La urgencia de los asuntos de cada día nos absorben: la pandemia que no cesa, el trabajo que escasea, la pensión de una persona jubilada que no llega a fin de mes, emigrantes y exiliados en condiciones extremas, la catástrofe de Haití o la angustia en Afganistán... Cada día está saturado de preocupaciones y preguntas inmediatas que nos impiden plantearnos temas que para bastantes nada tienen que ver con el discurrir diario de nuestros intereses y sus respuestas.

Sin embargo históricamente la creencia en Dios ha tenido una decisiva relevancia social, política, cultural, económica en Euskal Herria y en el mundo, de formas con frecuencia enfrentadas. Y hoy para un porcentaje alto de la humanidad Dios, Alá o con otros nombres es una creencia decisivamente influyente. Con consecuencias muy distintas: causa de guerras y enfrentamientos y también, sin duda, de acciones humanitarias solidarias y altruistas.

Es cierto que en la opinión pública actual, cada vez más extendida en nuestra sociedad, este tema carece de relevancia. Y no sólo para quienes niegan su existencia. Una mayoría social afirma, según los sondeos, que creen en Dios o en algo más allá, pero en su vivir diario esta creencia es irrelevante; especialmente en la juventud, es una pregunta que ni siquiera se plantean. Por supuesto hay sectores importantes que afirman su existencia y su influencia es palpable en sus formas de entender la vida y en sus comportamientos coherentes con su fe. Pero, ¿merece la pena dedicarle espacio y tiempo a este tema que para bastantes está fuera de juego en un campo con otros objetivos e intereses? ¿No es acaso un asunto privado?

En definitiva: ¿Dios ya no interesa? Me arriesgo a creer que sí y me atrevo a presentarlo como capaz de suscitar atención e interés. Así lo están haciendo dos conocidos teólogos de nuestro entorno, Jesús Martínez Gordo y José Arregi con planteamientos diferentes en un debate profundo y cuestionador. El teólogo bilbaíno dialoga con filósofos ateos, por ejemplo el catalán Albert Chillón, profesor de teoría de la comunicación en la Universitat Autònoma de Barcelona, y hace ver por qué le importa que Dios exista. Desde Aizarna, el teólogo de inspiración franciscana, le contesta con una pregunta básica: ¿qué queremos decir cuando decimos Dios? Las respuestas diferentes son dialogantes, pero partiendo de presupuestos diferentes.

Desde planteamientos más convencionales, Martínez Gordo ve en Dios la respuesta a lo que existe y a su porqué. Arregi ve en la realidad, en la misma materia, en la intuición profunda lo que es el misterio fuente de toda vida. Pero este debate, ¿qué puede aportar a la pregunta del título de este artículo, es decir a nuestros problemas, situaciones críticas, desafíos para la humanidad, convivencia social...? Y ¿qué puede interesar en el futuro próximo de una humanidad controlada y dirigida por algoritmos y ciborgs?

Ambos pensadores opinan que lo que buscan con sus planteamientos sobre Dios consiste en que «en el mundo haya respiro y esperanza», en «la causa de una humanidad más justa y fraterna». Y esto será valido e interesante mientras la humanidad exista. Pero, ¿qué tiene que ver Dios con tal finalidad?

Creo que en el fondo de este debate subyace una afirmación decisiva para responder a esa pregunta. En primer lugar autocrítica: con frecuencia hemos construido un «Dios» según nuestros intereses y pretensiones: no hay mas que recorrer la historia de las religiones. Ese «Dios» no existe mas que en nuestra imaginación. Superando esas desviaciones, para reconocer ese Misterio profundo que desborda toda manipulación humana el único criterio consiste en algo tan elemental como afrontar el sufrimiento humano y dar de beber al sediento, ofrecer pan al hambriento, luchar por la libertad del oprimido, por la justicia, por la igualdad.

Pero ese compromiso, esa lucha por esas causas se pueden llevar a cabo sin creer en Dios. Ciertamente y así lo comprobamos cada día en personas y grupos que, sin tal referencia, entienden y practican su entrega por la humanidad y la dignidad de personas y pueblos.

Entonces, ¿puede interesar Dios? Por supuesto la creencia en un «Dios» de lo alto, exterior, supremo y todopoderoso que tanto se ha afirmado carece de sentido para bastantes y para muchos creyentes es una tapadera y respuesta fácil a la pregunta planteada. Tampoco Jesús de Nazaret creyó en tal «Dios». Creer en Dios no consiste en afirmar su lejana existencia, sino en sentir su presencia como misterio y sentido último de todo lo que existe; de la misma manera que el río que surca las llanuras, atraviesa valles y montañas cree en el manantial del que brota continuamente. Ese río es la humanidad que fluye por la azarosa historia donde encontramos, participamos y vivimos la experiencia de la bondad, de la vida, del amor, de la justicia; también del odio, de la opresión y de la injusticia. Y ahí es donde descubriremos la fuente última y siempre presente del amor como un impulso a optar por lo más positivo de la humanidad, por sus aguas vivas.

Y en ese camino, en esa búsqueda, en esa esperanza podemos encontrarnos, dialogar y cooperar con personas ateas, agnósticas e indiferentes. Porque dentro de esa experiencia humanizadora de vivir con dignidad solidaria, Dios no es indiferente como tampoco lo es el manantial para el río.