Amaia EREÑAGA

BAJO EL PARAGUAS PANDÉMICO EN EL FESTIVAL DEL TIEMPO EXTREMO

Tercer día ayer de festival de extremos metereológicos, de paraguas y gafas de sol, de cine y fútbol, de espectadores a la búsqueda de salas y unos pocos esperando rostros famosos (la oferta tampoco es de escándalo). ¿Qué se está cociendo en Donostia?

Llueve a primera hora del domingo, como si el cielo se hubiera abierto sobre nuestras cabezas. Tras el pase de la primera proyección matinal de la Sección Oficial, toca esperar; la pandemia nos ha enseñado paciencia, y ya hemos interiorizado algo que antes nos hubiera parecido imposible: la predisposición mental a hacer colas y a esperar a que se enciendan las luces, para que salgamos en orden hasta que se vacíen las salas.

Se acabaron aquellas carreras de salida del auditorio del Kursaal de periodistas y críticos acreditados, como si les llevase el alma el diablo, camino a otra proyección u otra entrevista. Al ritual de las carreras le ha sustituído el de esperar en la butaca, mirando el móvil. Un gesto que hace pensar en lo que plantea la película que acabamos de ver, un “Arthur Rambo” en el que Laurent Cantet nos enfrenta a nuestra inocencia ante las redes sociales, ese espacio infinito en el que quedan registradas siempre nuestras opiniones, nuestras tonterías y nuestras fotografías, aunque no queramos reparar en ello.

Alguien al lado se hace un selfie, tuitea su opinión sobre lo que acaba de ver y espera. El que sigamos en la misma butaca en la que hemos visto el filme tiene su aquel, es signo también de estos tiempos. Porque tienen que saber quiénes han estado allí. «Entre sesión y sesión se fumiga la sala. Además, todas las butacas están asignadas, de tal manera que cualquier positivo que haya está localizado. La gente, cuando compra las entradas, da su nombre, y en caso de contagio, hay una trazabilidad. Por eso se pide a la gente que no se cambie de asiento; además, no pasa nada por ver una película sola», nos explica una de las trabajadoras del departamento técnico del festival. Hay que hacerlo, es evidente, pero esta nueva normalidad da un poco de vértigo.

De Cannes a Donostia

Gente corriendo, otros paseando, muchos grupos de amigos, familias y muchos grupos eminentemente femeninos (¿habrá algún estudio sobre la existencia de un público mayoritario de mujeres que mantiene viva la cultura en Euskal Herria?) dedicados a la ardua tarea de buscar una entrada para celebrar que han estado el fin de semana en Zinemaldia. Tarea casi imposible si no lo has adquirido de antemano, pero un paseo y un pote en lo Viejo no hacen mal a nadie.

«Parte importante de estos festivales es el público, que hace el ambiente, pero tenemos que ser conscientes de que estamos en una anormalidad y la pandemia va a pasar algún día. Pasará, aunque no sabemos cuándo, y el cine se va a quedar. Y nosotros nos tenemos que cuidar mucho. Que no haya el suficiente ambiente ahora no es lo importante, lo importante es seguir adelante», sentencia Janina Pérez Arias, una periodista cinematográfica freelance venezolana residente en Bremen (Alemania) y que habitualmente viaja a todos los festivales europeos. El año pasado no vino: «No vine por miedo. Nada más fui a Zurich porque pensé que Suiza iba a tener unas medidas serias, y en el festival sí las había, pero en la vida normal era un cachondeo total».

Toma el café con Kristina Zorita, periodista de ETB. Ambas han coincidido en el Festival de Cannes, en julio, y en el de Venecia. Aunque esa ruta de periodistas que cubren festivales internacionales se ha trastocado, ahora sí están en Donostia. Por cierto, avisan que la Sección Oficial de este año tiene un nivel muy alto. Mucho. Después de los festivales por streaming del 2020, en el que Zinemaldia fue una excepción porque apostó por la presencialidad con éxito, el de Cannes de julio pasado fue el primero de categoría A que se celebró de forma presencial en este 2021. ¿Cómo fue, había muchas diferencias con lo que estamos viendo aquí? «Fue horroroso. No nos sentimos seguros en ningún momento –explica Janina Pérez Arias–. No hubo ningún protocolo. Sabemos que sí que hubo contagios, pero salía Thierry Fremaux, el director del festival diciendo ‘Cero contagios’ y yo tenía unas ganas de gritarle ‘mentiroso’, por que sí que había, y el festival no tenía ningún protocolo de acción. Dos semanas después, la Costa Azul volvió a ser zona de riesgo».

Frente al pass sanitaire implantado en agosto, un mes antes, en julio, la normativa era muy laxa en Cannes. Luego cambiaron las tornas en el Estado francés, endureciéndolas considerablemente. A principios de setiembre, en la Mostra de Venecia, la situación ya era diferente: aforos del 50%, mantenimiento de las distancias a riesgo de que no hubiera público en la alfombra roja... aunque en el estreno de “Dune”, el público se colaba por los huecos de la especie de muro que se alzó ante la alfombra roja. Como aquí, en el Kursaal. Es inevitable.

Venecia «fue impecable», dice Janina Pérez Arias. «El primer día, te pedían el pasaporte sanitario y te lo implantaban en la acreditación. Según entrabas había sitios para hacer test de antígenos y había gente que se tenía que hacer test diarios. Tanto en Venecia como en Cannes, los antígenos los pagaba la organización», explica Kristina Zorita. En Zinemaldia, todos los acreditados deben firmar una declaración diciendo qué vacuna han recibido y cuántas dosis, aunque no se pide certificado alguno. Aquí el protocolo se centra más en cuidar las distancias de seguridad y la limpieza extrema, tanto la personal como la de los espacios. Los dispensadores de gel son los reyes en la entrada de las salas.

Zinebi y los que vienen por detrás

¿Es Donostia el festival donde se fijan los certámenes que se irán celebrando en este futuro pandémico y movible? Vanessa Fernández Guerra es la directora de Zinebi, el festival de cine documental y de cortometrajes de Bilbo, y está desde hace varios días con su equipo en la capital guipuzcoana. «Hay que estar aquí, porque es donde está todo el mundo. Y cuando digo esto es porque la Industria se reúne aquí, entonces en diez días concretas un montón de cosas y tomas un montón de decisiones. En nuestro caso, no venimos aquí a elegir películas, porque el 90% de nuestra programación está cerrada, pero tenemos reuniones de distribuidores, con directores para saber en qué están trabajando cara al 2022 y para los próximos años. También tenemos reuniones con otros festivales, con periodistas... así planificas cara al año que viene».

Pero también les sirve como experimento para su propio festival, y a muy corto plazo. «Como en nuestra zona es el festival más importante, sirve para conocer cuáles son los protocolos sanitarios y, como cada semana van cambiando los dictados del LABI, es importante ver cómo le afecta a un festival tan grande como este», explica.

A menos de dos meses vista (Zinebi se celebrará del 12 al 19 de noviembre), es posible que los criterios se hayan relajado bastante más que en Donostia... o así lo esperamos todos. «Nosotros todavía no tenemos definido nuestro protocolo, estamos en reuniones, pero hay que tener en cuenta que nuestro festival es en noviembre y que la situación es tan cambiante que puede pasar que, por ejemplo, la mascarilla no sea obligatoria en octubre. ¿Que si la pandemia es la preocupación principal de los festivales de todo el mundo? Claro que sí, y el aforo. Pero como no está en tu mano, como festival tienes que tener gran capacidad de adaptación. Económicamente sí que nos afecta a todos y mucho. En nuestro caso en el 2020 solo podían asistir personas residentes en Bilbo, nuestra frontera fue esa. Y si no viene gente, el impacto económico es más pequeño. Pero aquí estamos viendo que la cultura está volviendo poco a poco a su estado natural».

Dejamos a Vanessa Fernández Guerra camino de su siguiente reunión (tiene del orden de cuatro, más comidas y cenas de trabajo). Llueve, pero horas después ha salido el sol. Unos fans esperan la llegada del Raphael, el de “Escándalo”, que viene a presentar una serie sobre su vida. Lo mejor, para no volverse loca, entrar en una sala.