Arturo Puente
Periodista
JOPUNTUA

Marchena en el río

La detención de Carles Puigdemont en suelo italiano nos devuelve a un pasado cercano en el que la Justicia española se mostró hiperactiva persiguiendo a los líderes independentistas en el extranjero. Sin embargo, el episodio sardo tiene diferencias notables con lo ocurrido en Schleswig-Holstein en marzo de 2018. No solo por lo operativo, que en este caso parece mucho más fortuito que en Alemania. También y sobre todo por cómo puede salpicar esto al plano político y a la imagen de España en Europa.

Lo ocurrido ahora en L’Alger es fruto de una nueva estrategia de la Justicia española. Los magistrados Llarena y Marchena, que dirigen la acción del Supremo contra los independentistas, habían recibido una serie de varapalos judiciales, el peor de ellos en agosto de 2020, cuando un tribunal belga denegó y dio carpetazo a la extradición del exconseller Lluís Puig, que ni siquiera tiene inmunidad. A partir de entonces el Tribunal Supremo cambió de flanco y presentó cuestiones prejudiciales ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE).

Marchena decidió jugar dos cartas a la vez. Por un lado buscaba un pronunciamiento con fuertes ecos políticos del tribunal europeo. Por otro, fingía que pausaba las órdenes de detención para garantizar que Puigdemont perdía la inmunidad. Para conseguir eso, dejó que la Abogacía del Estado declarara en instancia europea que las euroórdenes no tenían efectos, algo que el tribunal creyó y que ahora se ha demostrado completamente falso.

Marchena estaba perdido y decidió lanzarse al río. Es una jugada arriesgada, lo que no quiere decir que no pueda salirle bien. Si por cualquier razón el juez italiano acaba entregando a Puigdemont a España, habrá ganado del todo. Pero el TJUE fue engañado por la Abogacía, es decir, por el Gobierno. Y nunca es bueno tomar el pelo a quien puede acabar resolviendo cosas que te interesan. Esta vez no solo está en juego el prestigio la Justicia española, sino también de su Ejecutivo, que se ha visto arrastrado desde el Supremo a una estrategia obsesiva y poco comprensible en Europa.