Raimundo Fitero
DE REOJO

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Este domingo pasado hubo elecciones locales en Portugal y generales en Alemania. Entre otras variadas consultas populares, como un referéndum en San Marino que legalizó el aborto. Los resultados son tratados de muy diferente manera, ya que, sin Merkel, la democracia cristiana alemana queda segunda, los socialdemócratas pueden pactar con verdes y liberales y todo el panorama político europeo se deberá ajustar a esta realidad. En Portugal los socialistas ganan en términos generales, pero pierden plazas tan importantes como la capital, y la extrema derecha entra en demasiados municipios, aunque sin la fuerza que se vaticinaba, lo que es un alivio provisional.

Todos estos resultados los hemos ido conociendo al instante, según se producían, y lo recibíamos en todas las partes del planeta Tierra debido a una entelequia, un misterio científico al que llamamos Internet, y que recorre el mundo por la existencia de cuatrocientos treinta y seis cables submarinos que lo transportan. Uno, coma tres millones de kilómetros de fibra óptica que cruzan los océanos. Me parece que saber la cifra exacta de algo tan importante es saber la cantidad de sistemas de protección de esos cables que deben desarrollar quienes los propician, los canalizan, los usan, venden, alquilan, contratan. 

Se vuelven antiguos, se deben renovar, su mantenimiento es constante, sus enemigos son los animales marinos de mayor envergadura y los movimientos naturales como terremotos, erupciones, tsunamis que acortan sus veinticinco años de vida programada. ¿Cuántos estarán pensando en sabotajes a estos cables? Cortar esos cables sería, hoy en día, cortar la vida concebida de la manera en la que la vivimos. Pero entro en una fase más terrorífica, ¿por dónde va el wifi? Más, ¿de que hablamos exactamente cuando hablamos de Internet?