Raimundo Fitero
DE REOJO

Gas

No existe la pregunta, ni siquiera retórica, para que expreses de manera taxativa si quieres vivir en una casa con gas o sin gas. Es con gas. El que llega por una red de manera mágica o el que sale de una bombona que forma parte del mobiliario e imaginario colectivo. ¿De dónde viene el gas? Esta pregunta es ahora crucial, forma parte del crucigrama que ayudaría a entender de alguna manera lo que está sucediendo con el precio de la electricidad. ¿Es posible que el gas que calienta el agua de la ducha de una casa en Otxarkoaga venga de Argelia? Pues es más que posible porque a finales de los años setenta, principios de los ochenta se hizo un gaseoducto que iba desde la costa mediterránea hasta la cantábrica para transportar el gas procedente del norte de África. Un pacto de Estado. Un convenio que se renueva cada cierto tiempo y que, en el conflicto entre Marruecos y Argelia, uno de los temores más importantes fue que influyera, precisamente,  en ese gas.

Hay otros gaseoductos que atraviesan gran parte de Europa y que son material de guerra fría, un grifo que se corta o se abre más dependiendo de situaciones geoestratégicas. Amenazas y chantajes. Porque la gran reserva está en Rusia, y los helados inviernos centroeuropeos sin ese gas se vuelven muy difíciles de soportar. Así que estamos pendientes del precio del gas, entre otras razones, porque esas centrales eléctricas de ciclos combinado usan gas, porque en algún momento se pensó que estaba todo muy bien controlado, que había reservas, se habían comprado con previsiones de años y que sería con un precio más estable. Pero no, parece que hay reservas en el Estado español para veinte días, y eso excita a los mercaderes. Por cierto, las reservas de gas más importantes además de las citadas están en Irán y en Qatar. ¿Nos vamos entendiendo, verdad?