Pablo GONZÁLEZ
CÁUCASO SUR

La contradicción georgiana

El retorno del expresidente georgiano Mijeil Saakashvili tras ocho años de exilio en Ucrania ha reactivado las tensiones internas en este país del sur del Cáucaso. Ideas liberales y conservadoras chocan con un complicado vecindario de fondo.

Miles de personas volvieron a las calles en Tbilisi para exigir la liberación del expresidente de Georgia Mijeil Saakashvili, detenido el 1 de octubre tras regresar al país.

Su figura pone de relieve la dualidad que se vive en el país del sur del Cáucaso. Por un lado, las autoridades declaran repetidamente su deseo de integración euroatlántica, pero, por otro, la sociedad sigue anclada en tradiciones conservadoras. Asimismo, Georgia no tiene relaciones diplomáticas con Rusia, su vecino del norte, pero la economía georgiana depende mucho del turismo ruso y de las exportaciones hacia ese país.

El prófugo y exmandatario regresó al país el 1 de octubre, justo en la víspera de las elecciones locales. Parece que su idea era movilizar el apoyo de su partido, Movimiento Nacional Unido (MNU), y de paso desestabilizar al partido en el poder, Sueño Georgiano (SG). Ninguno de los dos supuestos le salió bien: ni su partido superó lo que le pronosticaban las encuestas ni Sueño obtuvo peores resultados que los esperados. Además, hasta el momento, los apoyos a Saakashvili han pasado a acciones de mayor calado en las calles o instituciones.

Tanto SG como UNM son prooccidentales y defienden abiertamente la integración euroatlántica. Pero tienen sus diferencias: mientras que el primero es de centroizquierda, el otro es de centroderecha. Sin embargo, su diferencia real no es ideológica. Como ocurre en los países del centro y este de Europa, la pugna responde a liderazgos personales y al apoyo de los distintos clanes y sus intereses económicos.

Saakashvili lideró Georgia desde 2004 hasta 2012 y desterró la corrupción de bajo nivel –los policías de tráfico dejaron de exigir sobornos–, pero consagró la corrupción de alto nivel: los contratos estatales y los grandes proyectos de construcción debían pasar por la caja del presidente y de los suyos. Además, para que nadie protestara, el sistema policial y judicial estaba totalmente a su servicio, torturas y chantajes incluidos.

Tras perder las elecciones y abandonar el país, bajo fuerte presión de los países occidentales, las nuevas autoridades georgianas abrieron dos causas contra Saakashvili, le condenaron en ausencia y le despojaron de la ciudadanía. Este abandonó Georgia e intentó hacer carrera en Ucrania hasta que finalmente regresó al país que le vio nacer escondido en un camión.

Saakashvili fue el primer presidente totalmente prooccidental. Por eso cuenta con el apoyo de buena parte de los sectores más liberales de la sociedad georgiana. Y es en este punto en el que se da la verdadera ruptura dentro del país, una fractura que va más allá de las figuras y se basa en los valores. Así, la institución con mayor apoyo popular en el país es la Iglesia ortodoxa georgiana – más del 90%–. Lo que choca de frente con las ideas promovidas desde la UE y EEUU, especialmente en lo referente al respeto de los colectivos LGTBI+.

Esta resistencia quedó en evidencia tras los sucesos de julio de este año, cuando una multitud de más de 30.000 personas impidió, en imágenes que recordaban a los tristemente célebres pogromos, el Desfile del Orgullo en Tbilisi. Los convocantes, un canal conservador denominado AltInfo, animaron a realizar actos violentos tanto contra los colectivos LGTBI+ como contra los medios de comunicación liberales y las organizaciones que apoyaban la marcha. La respuesta de las autoridades fue arrestar a decenas de personas, la mayoría puestos en libertad en horas.

Su tibia respuesta se explica porque no quiere enemistarse más con los sectores más recalcitrantes de la sociedad, entre ellos la propia Iglesia ortodoxa.

Tras 17 años de viraje hacia la UE y la OTAN, una parte importante de la sociedad georgiana ve como su nivel de vida no mejora. Han perdido el 20% de su territorio, Abjasia y Osetia del Sur, ahora Estados independientes de facto y bajo protección rusa, y, pese a la retórica antirrusa de sus dirigentes, la dependencia georgiana respecto a Rusia no ha desaparecido.

El turismo ruso era el más importante antes de la pandemia y, seguramente, lo volverá a ser tras la flexibilización de las restricciones. Lo mismo pasa con las exportaciones de los productos georgianos, para los cuales el mercado ruso sigue siendo el principal. Todo ello mientras los dos países ni siquiera tienen relaciones diplomáticas.

Estos procesos internos suceden al tiempo que Turquía expande su influencia, con los recelos que ello suscita en Georgia, o cuando Azerbaiyán ha recuperado la mayor parte del territorio del Nagorno Karabaj. Y, por supuesto, está Rusia y su creciente poderío militar. Sucesos todos ellos que devuelven la incertidumbre y la inestabilidad al Cáucaso Sur.