Raimundo Fitero
DE REOJO

Plusvalía

Escribo la palabra plusvalía, la leo y repito en voz en alta y me suena a marxismo recreativo para jardín de infancia. El capitalismo ama tanto a las plusvalías, que es capaz de montar un golpe de togas con el fin de que nadie ose tocar esas ganancias que son el fruto del mercado, del añadir inflación a los pecios para que lo que a uno le cuesta diez, lo pueda vender por mil y que nadie haga otra cosa que aplaudir por ser un emprendedor, un empresario modelo, un especulador bendecido por los santos principios del neoliberalismo más atroz. 

Antes se entendía que los trabajadores regalábamos plusvalías al empresario y que la lucha consistía en equilibrar nuestro salario con lo que le producíamos al empleador. Hoy, hablar en estos términos suena a arcaico, además que pueden detenerte por filocomunista radical. Asistimos atónitos a una revolución en un vaso de agua con limón porque el Tribunal Constitucional ha dictado una sentencia que deja sin efecto los impuestos que cobran los municipios sobe la plusvalía en las transacciones inmobiliarias directas. Tras el secreto de la paloma o palomo que preñó a la mujer del carpintero, las funciones del TC son un misterio que genera elucubraciones más allá de cualquier idea cartesiana de la organización de las administraciones. Si un impuesto municipal puede llegar a ser tumbado en el TC, tendrán que explicarnos, para que están los parlamentos y los gobiernos. Y por qué hay títulos de la constitución cuyo contenido se ignora de manera obscena.

A Bolsonaro el Senado brasileño lo ha encausado por delitos graves en la gestión de la pandemia por la muerte de ciento veinte mil personas. Y un gobernante de La Gomera, isla cercana a La Palma, sugiere que, para encauzar las coladas de lava, sería bueno bombardear los conos del volcán. Sin comentarios.