Hoy, 3 de diciembre, Euskal Herria celebra el día del euskara, jornada de celebración, pero también de reflexión obligada acerca de la situación de la lengua del país. Los análisis difieren según sea el territorio desde el que se realizan, y según la referencia que se tome como punto de partida, pero hay motivos de sobra para alertar de las amenazas que se ciernen sobre el euskara, así como para señalar puntos fuertes y retos comunes.

Entre las amenazas más evidentes está la ausencia de un Estado que proteja una lengua minorizada. Es más bien al contrario, sigue habiendo dos Estados que trabajan con ahínco por ahogar el euskara. La educación es el ejemplo más palpable. En París, la reacción a la Ley Molac ha traído la inconstitucionalidad del sistema de inmersión lingüística, el mismo que el Tribunal Supremo español ha tumbado de facto en el caso catalán, en una sentencia que sienta jurisprudencia también para Euskal Herria. En Nafarroa, al marco estatal cabe sumar la tozuda obsesión local en mantener la zonificación y aprovecharla para menospreciar y castigar al euskara en gran parte del territorio. A estas alturas, y con el PSN en el Gobierno, esto no tiene un pase.

En los puntos fuertes hay que destacar, con todos los matices que se quieran, la férrea voluntad de un pueblo de mantener su lengua. Solo así se explica que, en el mismo año en que la inmersión ha sido declarada inconstitucional, en Ipar Euskal Herria se hayan abierto nuevas líneas en euskara. El punto fuerte de la lengua es la voluntad de sus hablantes; cuando esa voluntad acierta con la fórmula y el momento, el resultado es espectacular. En este sentido, va a ser necesaria toda la inteligencia colectiva disponible para crear escenarios que den respuesta, en la escala de una lengua que no llega al millón de hablantes, a los retos propios y globales que el euskara tiene ante sí; desde la presencia en plataformas de ocio, al uso en la calle y en el trabajo. Los retos son muchos y el tiempo avanza rápido.