DE REOJO

Herencias

Especulando con las posibilidades de heredar cantidades desmesuradas de dinero de algún lejano pariente que emigró a aquellas américas que recogían a pordioseros y devolvían terratenientes, se acaba en la estación misericordia. Produce hastío inguinal escuchar o leer a tanta persona iluminada que opina sobre Marta Ortega a la que han nombrado presidenta de Inditex. Le reprochan que no ha llegado por meritocracia, sino por ser la hija del dueño. Es decir, la heredera. O, mejor dicho, una de las herederas, de la que cuentan un bulo nefasto, ya que su padre la metió de jovencita a doblar camisa, a conocer la cadena del valor añadido y la descubrieron sus compañeras porque llevaba un Rolex. 

¿Puede asegurar alguien que, si la señora Ana Patricia Botín no fuera hija y nieta de los Botín de todas las extorsiones, fusiones y desvíos suizos, estaría en lo más alto de una entidad bancaria de las medidas del Banco de Santander? La herencia habrá influido de manera decisiva. Desde este ejemplo, bajando en toda la escalera de cantidades heredadas, hasta la de cada cual, que algo ha heredado, si se tiene ya una edad adecuada. Se hereda un bar, un tienda de calzados, una borda en el Irati, un edifico en Bilbao o un álbum de fotos. En nuestro sistema se entroniza la propiedad privada como algo inviolable, calificada en algunos estamentos como un derecho, por lo que la familia, los apellidos, la estirpe, el ADN termina en unas herencias de bienes materiales y alguno inmaterial que es el lazo exculpatorio.

Menos meterse con la heredera de Amancio Ortega y más fijarse en que el cuñado de Urdangarin, hoy en día rey de España, no opositó, ni fue elegido, sino que heredó la corona porque lo parió una reina casada con un rey impuesto por Franco. Y sus hijas ya ostentan un poder hereditario que perpetúa la estafa. No a las herencias.